Derechos y diversos humanos violentados

Por: estudiante de Ciencia Política Facundo García/ Lic. en Antropología Marcelo Zelarallán/ Lic. en Psicología Alejandro Viedma.

En los últimos años el tema de la diversidad sexual se ha instalado en la agenda pública a raíz, entre otras causas, de la promoción de una serie de medidas jurídicas y sociales impulsadas por los distintos grupos de activistas LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y trans) tendientes al reconocimiento y la ampliación de derechos de las personas pertenecientes a dicho colectivo.

Consecuentemente, distintos sectores de la sociedad argentina han expresado sus voces de disconformidad o de apoyo con respecto a las propuestas y tópicos concernientes. Se concreta un ejemplo de este cruce en la arena cívica al aprobarse la Ley de Unión Civil por parte de la legislatura porteña el día 09-12-02 para el ámbito de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, siendo formalizada el 18-07-03 la primera unión civil para personas del mismo sexo en América Latina, medida que viene a conceder ciertos derechos históricamente proscriptos para las parejas homosexuales.

No obstante el matrimonio, en tanto institución civil que contempla la reglamentación para la herencia en caso de que uno de los cónyuges fallezca y la posibilidad de adoptar, continúa siendo vedado para las minorías sexuales.

Vale aclarar que la lucha de las/los militantes se enmarca en que se posibilite la libertad de elegir ejercer ese derecho o no. Esto significa que no porque se igualen las leyes todos/as tendríamos la obligación de casarnos, ni quita la posibilidad a los heterosexuales de que lo sigan haciendo.

Además, siguiendo con las voces a favor de lo anteriormente mencionado, se puede constatar –por ejemplo en las encuestas de los principales medios de comunicación argentinos- que la mayoría de nuestros/as compatriotas está de acuerdo con que las personas LGBT adquieran el derecho al matrimonio (los datos no arrojan los mismos resultados favorables para con la adopción), lo que demuestra que los/las ciudadanos/as estamos un paso adelante del sistema legal nacional.

Consideramos que las problemáticas relacionadas con el género y las minorías sexuales se encuentran atravesadas por una serie de factores sociales y culturales que, muchas veces, opacan o disfrazan la violencia que contienen los casos de sexismo en términos más amplios y los de homofobia como caso específico.

En este sentido, damos cuenta que vivenciar cualquier forma de discriminación implica un impacto subjetivo negativo de trascendencia para la persona que la sufre, constituyéndose así una clara violación a los derechos humanos, hecho sobre el cual debemos actuar si no queremos consolidar las tendencias que rechazan la pluralidad como fundamento del régimen democrático.

Ciudadanía, Género y Patriarcado

El reconocimiento y la ampliación de derechos socioculturales incontables veces han sido negados por los sectores de mayor poder de nuestra sociedad, exponiéndolos como hechos imposibles de concretar, realidad que contradice valores tales como la igualdad, la libertad y el ejercicio de la ciudadanía. Esta posición hace uso de diferentes tipos de argumentos que son avalados por concepciones biologicistas y esencialistas, haciendo hincapié en el supuesto carácter “natural” del “orden” [1] sexual.

Por su parte, la homofobia, es decir, la fobia (el miedo o la aversión) hacia aquellas personas que sienten atracción afectivo-sexual por otros/as de su mismo sexo, suele ser percibida por parte de numerosos actores sociales casi como un “derecho” y un “deber” que tendría como finalidad el resguardo de un “orden” sexual heterosexista y excluyente.

Apartándonos de esta posición, afirmamos que la homofobia es una construcción social que deriva del carácter socio-histórico de la sexualidad, que entre sus particularidades centrales se encuentra la validación del rechazo a la homosexualidad.

Producto de las condiciones socio-históricas que han establecido, entre otras cuestiones, una división sexual del trabajo donde los varones tienen espacios, roles, remuneraciones y otros beneficios de una jerarquía superior a los de las mujeres, en muchas de las personas que conforman las sociedades latinoamericanas la construcción de la sexualidad aún se encuentra vinculada a la reproducción como la única práctica legítima [2].

Esta configuración produce una particular conformación del género, donde permanentemente se vulneran derechos (sexuales, entre varios más) tanto de las mujeres como de las minorías sexuales.

El patriarcado opera a través de modelos desiguales y jerárquicos para varones y mujeres, modelos concebidos como pares de opuestos que definen de manera “natural” a quienes son considerados varones y a quienes mujeres, según la presencia o ausencia de una determinada anatomía (fálica).

A partir de estos modelos, a las mujeres se las ha definido como poseedoras de determinadas características tales como ser débiles, blandas, lloronas, románticas, dependientes y las ubica en la esfera privada de la vida, es decir, la mujer como ama de casa y ocupándose de las tareas domésticas.

El modelo para los varones impone como características más sobresalientes la fuerza, la energía, la no manifestación de emociones, el autocontrol, la independencia, teniendo a su cargo el trabajo en la esfera pública para cumplir con el imperativo de ser el proveedor material del grupo doméstico.

Esta “complementariedad” implica que tanto varones como mujeres “deben” ser heterosexuales y consumar la procreación y sustenta los cimientos prejuiciosos (negativos) respecto a las parejas lésbicas o gay y a las familias homoparentales.

Una reflexión a modo de aproximarnos a una conclusión

Por lo anterior, la lucha contra la homofobia no cesa con la aceptación jurídica, pese a que no descansaremos hasta conseguirla.

El camino continúa por la educación, para un cambio real y masivo en la sociedad, introduciendo el debate en la arena pública, y comenzándolo dentro de cada familia, de cada aula, de cada uno/a de nosotros y nosotras trabajando la homo/les/transfobia que todos y todas internalizamos.

[1] La historiadora y doctora en letras Élisabeth Roudinesco, una de las figuras más destacadas en el desarrollo del psicoanálisis en Francia, presentó en el año 2002 La Famille en désordre. El mencionado trabajo de investigación versa sobre el (des)orden teniendo en cuenta la evolución política y social, las fluctuaciones que se vienen produciendo por ejemplo en la familia y en las sexualidades. Roudinesco no conceptualiza ese desorden en un sentido peyorativo, sino como un nuevo orden, un nuevo ordenamiento que aflora en ese orden subvertido por los cambios generados en las últimas décadas. Por lo anterior, utilizamos el entrecomillado.

[2] Los que comenzaron a provocar un cambio de estatuto de la sexualidad humana fueron los derechos sexuales y reproductivos, ya que su introducción implica que la sexualidad no esté subordinada al fin procreativo; se empieza a dejar de tomar a la reproducción como directa consecuencia del accionar sexual. Todo esto fue adquiriendo una gran dimensión en el siglo pasado mediante la aparición y el uso de métodos anticonceptivos.

Foto de los autores de esta sección del blog, tomada como espacio de discusión y articulación: Viedma-Garcia-Zelarallán

Violencia de Género(s) y diversidad(es)

Por: estudiante de Ciencia Política Facundo García/ Lic. en Antropología Marcelo Zelarallán/ Lic. en Psicología Alejandro Viedma.


Sexismo y homofobia
Creemos que el concepto género es central para dar cuenta de las realidades de las minorías sexuales en la medida en que alude a la construcción socio histórica de las categorías mujer y varón, permitiendo problematizar las explicaciones de lo establecido como femenino y masculino por la sociedad a partir de una elaboración social que quiere instalar ciertas conexiones entre la sexualidad y los cuerpos.
A su vez, ayuda a esclarecer las condiciones reales en las cuales se desarrolla la vida de los grupos humanos en función de la variabilidad de las formas de ser hombre y/o mujer, o bien, las múltiples disposiciones de la formación sexo-género que se dan, tales como las personas lesbianas, gays, bisexuales y trans (LGBT).
Los análisis basados en la perspectiva de género privilegian la postura construccionista sustentada en lo simbólico y lo cultural frente a las concepciones esencialistas y/o biologicistas.
La organización social de las relaciones entre los sexos, desde una perspectiva de género, la planteamos en términos de los significados sociales de ser hombre o ser mujer, es decir, de las posiciones desiguales para unos y para otras, relaciones sociales de poder y subordinación producto de un “orden” patriarcal y capitalista cuya figura emblemática la constituye el hombre de clase media, blanco, heterosexual, profesional.
El patriarcado no sólo implica el poder de los hombres sobre las mujeres, sino también una jerarquía entre distintos grupos de hombres y entre diferentes masculinidades.
La puesta en acción de esta lógica de género conduce a la estigmatización de las mujeres que tienen una conducta sexual activa y libre y de los sujetos LGBT que asumen abiertamente su deseo, ya que esos serían rasgos propios de la masculinidad hegemónica
El sexismo y la homofobia son la expresión más negativa y violenta de la lógica de género que se pone en acción desde antes del momento del nacimiento a través de la elección de los nombres, las ropas, las ecografías, el acondicionamiento de la habitación, entre otras actividades, y continúa luego, por ejemplo, en los juegos y objetos infantiles (con roles fijos “para nenas” y/o “para nenes”).
Sexismo y homofobia que no suelen ser vistos como injusticias que implican violaciones a los derechos básicos de las personas, sino que muchas veces aparecen en los discursos como elementos positivos.
Aspectos que adquieren mayor virulencia cuando incorporamos otras variables como la clase social (baja), la edad (mayor), el componente étnico (piel “oscura”), quienes son migrantes de países limítrofes, algún grado de discapacidad física, obesidad, entre otros factores que derivan en una violencia irracional a la cual todos/as estamos expuestos/as.
Es por ello que es necesario que la violencia no se siga desplegando, por lo cual debemos estar atentos/as a su manera de actuar invisible, solapada o escondida, situación que lograremos sólo si cada uno/a de nosotros/as –colectiva o individualmente y desde el lugar que ocupe (mos)- la denuncia, la des-vela, la descubre, la hace consciente para revisarla, confrontarla y finalmente erradicarla.

Violencia moral y minorías sexuales

Por: estudiante de Ciencia Política Facundo García/ Lic. en Antropología Marcelo Zelarallán/ Lic. en Psicología Alejandro Viedma.

El no aceptar los preceptos sociales establecidos hegemónicamente para ser varones o mujeres ubica a las personas lesbianas, gays, bisexuales y trans (LGBT) en una posición vulnerable frente a la violencia moral y al maltrato psicológico en la medida en que se produce un menoscabo al ejercicio individual de la voluntad y la libertad de elección de cada sujeto en lo referente a cómo llevar a cabo su singular sexualidad.

Con violencia moral o psicológica nos referimos a la definición que propone la antropóloga Rita Laura Segato, a todo aquello que envuelve agresión emocional, aunque no sea ni consciente ni deliberada. Entran aquí la ridiculización, la coacción moral, la sospecha, la intimidación, la condenación de la sexualidad, la desvalorización cotidiana de la mujer como persona, de su personalidad y sus trazos psicológicos, de su cuerpo, de sus capacidades intelectuales, de su trabajo, de su valor moral (...) Este tipo de violencia puede muchas veces ocurrir sin ninguna agresión verbal, manifestándose exclusivamente con gestos, actitudes, miradas.[1]

Como vemos, la violencia moral está presente en la vida cotidiana independientemente de que pueda estar asociada a la violencia física, que es más evidente y denunciada; el daño y el sufrimiento de la primera no suele tener el peso que debería en las reflexiones sobre los procesos de violencia y en los programas de promoción de los derechos humanos de las mujeres y de las minorías sexuales.

Podemos ilustrar la violencia moral que vivencian en su cotidianidad las/los LGBT tomando algunos hechos, por ejemplo, los cánticos en las canchas de fútbol cuando, para desprestigiar al rival, la hinchada canta: “son todo’ negro´, son todo’ puto´”, el uso de la orientación sexual como insulto, descalificación o amenaza: “maricón de mierda”, “te voy a matar, tortillera”, “es un culo roto”, “y ahora encima quieren ser madres (o padres)!”, la ridiculización de las minorías sexuales que hacen varios actores y conductores de programas de televisión y radio, sentir que deben hacer un mayor esfuerzo en sus trabajos para demostrar que son aptos o aptas para ese puesto, no ponerse determinada ropa por temor a que se “les note”, no hacer demostraciones afectivas en la vía pública porque “eso es para casa”, hablar “en clave” o “en neutro” para que ocasionales e indiscretos oyentes no descubran su “secreto”, controlar la gestualidad para evitar que se les vean “las plumas”, mentir a sus amigos y amigas y/o familiares para ir a algún lugar “del ambiente”, justificar su (supuesta) soltería o noviazgo con alguien de su mismo sexo o género, y la lista continúa...

Por lo anterior, consideramos que lo que más afecta no sólo al colectivo LGBT sino a toda nuestra sociedad es el heterosexismo, la creencia en la deseabilidad y superioridad de la heterosexualidad y desde allí su imposición o promoción como la opción única y óptima para expresar la sexualidad adulta.

En este sentido, los efectos del heterosexismo se evidencian en la represión, supresión o inhibición de cualquier sexualidad que no se defina como heterosexual.

Volviendo a la forma tácita de violencia, también se la puede rastrear en las experiencias dentro del ámbito laboral que cotidianamente deben vivenciar las personas LGBT con el sólo hecho de sugerir o mencionar que están enamorados/as o en pareja, ya que casi siempre la gente pensará que ese partenaire es del sexo o género opuesto. Es por ello que muchas personas LGBT prefieren silenciar o mentir esta parte de sus vidas para evitar recibir comentarios condenatorios de sus compañeros/as o cualquier respuesta de ellos/as que les hagan sentir incomodidad o malestar.

Poner en consideración el atravesamiento de la jerarquía de género se hace necesario para romper el silencio, para (d)enunciar esa violencia que opera sin nombrar.

Por otra parte, sólo se logrará una plena democracia en el momento en que todas las voces se alcen para instaurarse en la arena del diálogo.

Bibliografía: Segato, Rita Laura (2003) Las estructuras elementales de la violencia. Ensayos sobre género entre la antropología, el psicoanálisis y los derechos humanos. Buenos Aires: Universidad Nacional de Quilmes Editorial.


[1] Segato, 2003:115


Derechos Humanos Trans-gredidos

Por: estudiante de Ciencia Política Facundo García/ Lic. en Antropología Marcelo Zelarallán/ Lic. en Psicología Alejandro Viedma.

La génesis de la transgresión de los derechos humanos radica fundamentalmente en la negación del otro en tanto su calidad es juzgada inferior a la del ser propio, siendo por ende aquél – según esa visión – indigno de disponer de los mismos derechos detentados por el “acusador”.

Se origina de este modo un conflicto vertical en el que se reconoce una relación de la cual resultan opresores y oprimidos, donde uno de los pilares que sostiene este vínculo asimétrico es el prejuicio.

Principios (hetero) normativos del día a día

Siguiendo estos lineamientos, nos interesa reflexionar sobre la violencia a la que se encuentran expuestas las personas LGTB en la vida cotidiana y que muchas veces no se alcanza a advertir o se la internaliza como la forma “natural” de relacionarse. Esta naturalización, en la medida que vulnera los derechos de un grupo social, afecta al conjunto del cual ese o esos grupo/s forma/n parte.

La agresión se muestra en todos los órdenes, pero en la vida cotidiana suele aparecer como obvia y “natural”.

Según algunas concepciones, parecería que el único destino posible para las personas LGTB sería aceptar o ajustarse a las normas discriminatorias -aparejando así, en base a las capacidades individuales, una indeterminada cuota de sufrimiento- que estructuran cada esfera de la vida.

A los procesos de violencia o de vulneración de derechos hay que empezarlos a ubicar en el marco de los profundos cambios producidos por el capitalismo a partir de las políticas y gobiernos neoliberales que se establecieron en la región latinoamericana y que, crisis mediante, están condicionando la entrada a una ciudadanía plena, fragilizando la permanencia en el mercado y destinando a la exclusión social a un número creciente de la población. La desigualdad que el sistema capitalista imprime se traduce en una violencia estructural coordinada por aquellos detentadores de poder.

Una cuestión de derechos, ciudadanías e identidades (trans)

Quienes no pueden acceder al ejercicio de su ciudadanía quedan estigmatizados, no asisten a la competencia que posiciona a cada uno en su propio entorno.

Existen grupos como las personas trans (travestis, transexuales, intersexuales) que casi no son incorporados a ninguna política de asistencia estatal, expulsándolos (no sólo de ciertas zonas de la ciudad) sin miramientos del espectro humano.

A las personas trans se les dificulta más que a los demás miembros del colectivo LGTB “disimular” sus cuerpos sexuados en relación con lo socialmente esperado. Esta cuestión que se da en lo fenomenológico es correlato del inconsciente colectivo, que trata a los actores trans como enfermos, en lugar de reconocer su particular identidad, como la de cualquier otro ser humano.

Si pretendemos hacer un análisis de la situación del colectivo LGTB en términos de ciudadanía es preciso que incorporemos la noción de identidad. En tanto que la legislación y las prácticas concretas la señalan en términos peyorativos, negando su existencia directamente o a través de una serie de estereotipos y prejuicios, se torna necesario replantear y reflexionar sobre la abstracción de la identidad, como en su trascendencia, en función de un cumplimiento efectivo de los derechos ciudadanos de las personas LGBT.

Un Estado que no contempla las múltiples y variadas identidades

Por ende, la enunciación de las diversas legislaciones debe considerar que la identidad de las personas no representa un esquema fijo y/o definitivo, sino que está íntimamente relacionado con el contexto; en tanto seres humanos adscribimos a variadas pertenencias.

Esta idea de identidades múltiples debe ser considerada seriamente por parte de quienes tienen a su cargo el diseño y la ejecución de las políticas públicas.

Un Estado estático no se corresponde con vidas personales y sociales dinámicas y cambiantes.

Esta perspectiva de las identidades múltiples, ligada a una concepción de ciudadanía y derechos con un carácter histórico, es básica para una política que verdaderamente tenga en cuenta la diversidad de los grupos humanos que conforman una sociedad.

Una política basada en una identidad exclusiva que se rija por principios ahistóricos se transforma en una sociedad no democrática que privilegia la homogeneización a la diversidad.

Lic. Alejandro Viedma junto a Héctor Pellizzi, autor de “El orden de las tumbas” y Oscar Farías en la ciudad de Junín.
Viedma fue invitado para esa ocasión por Pellizzi para dar una charla sobre Discriminación y violencia de género en la biblioteca Florentino Ameghino.