Por: estudiante de Ciencia Política Facundo García/ Lic. en Antropología Marcelo Zelarallán/ Lic. en Psicología Alejandro Viedma.
En los últimos años el tema de la diversidad sexual se ha instalado en la agenda pública a raíz, entre otras causas, de la promoción de una serie de medidas jurídicas y sociales impulsadas por los distintos grupos de activistas LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y trans) tendientes al reconocimiento y la ampliación de derechos de las personas pertenecientes a dicho colectivo.
Consecuentemente, distintos sectores de la sociedad argentina han expresado sus voces de disconformidad o de apoyo con respecto a las propuestas y tópicos concernientes. Se concreta un ejemplo de este cruce en la arena cívica al aprobarse la Ley de Unión Civil por parte de la legislatura porteña el día 09-12-02 para el ámbito de
No obstante el matrimonio, en tanto institución civil que contempla la reglamentación para la herencia en caso de que uno de los cónyuges fallezca y la posibilidad de adoptar, continúa siendo vedado para las minorías sexuales.
Vale aclarar que la lucha de las/los militantes se enmarca en que se posibilite la libertad de elegir ejercer ese derecho o no. Esto significa que no porque se igualen las leyes todos/as tendríamos la obligación de casarnos, ni quita la posibilidad a los heterosexuales de que lo sigan haciendo.
Además, siguiendo con las voces a favor de lo anteriormente mencionado, se puede constatar –por ejemplo en las encuestas de los principales medios de comunicación argentinos- que la mayoría de nuestros/as compatriotas está de acuerdo con que las personas LGBT adquieran el derecho al matrimonio (los datos no arrojan los mismos resultados favorables para con la adopción), lo que demuestra que los/las ciudadanos/as estamos un paso adelante del sistema legal nacional.
Consideramos que las problemáticas relacionadas con el género y las minorías sexuales se encuentran atravesadas por una serie de factores sociales y culturales que, muchas veces, opacan o disfrazan la violencia que contienen los casos de sexismo en términos más amplios y los de homofobia como caso específico.
En este sentido, damos cuenta que vivenciar cualquier forma de discriminación implica un impacto subjetivo negativo de trascendencia para la persona que la sufre, constituyéndose así una clara violación a los derechos humanos, hecho sobre el cual debemos actuar si no queremos consolidar las tendencias que rechazan la pluralidad como fundamento del régimen democrático.
Ciudadanía, Género y Patriarcado
El reconocimiento y la ampliación de derechos socioculturales incontables veces han sido negados por los sectores de mayor poder de nuestra sociedad, exponiéndolos como hechos imposibles de concretar, realidad que contradice valores tales como la igualdad, la libertad y el ejercicio de la ciudadanía. Esta posición hace uso de diferentes tipos de argumentos que son avalados por concepciones biologicistas y esencialistas, haciendo hincapié en el supuesto carácter “natural” del “orden” [1] sexual.
Por su parte, la homofobia, es decir, la fobia (el miedo o la aversión) hacia aquellas personas que sienten atracción afectivo-sexual por otros/as de su mismo sexo, suele ser percibida por parte de numerosos actores sociales casi como un “derecho” y un “deber” que tendría como finalidad el resguardo de un “orden” sexual heterosexista y excluyente.
Apartándonos de esta posición, afirmamos que la homofobia es una construcción social que deriva del carácter socio-histórico de la sexualidad, que entre sus particularidades centrales se encuentra la validación del rechazo a la homosexualidad.
Producto de las condiciones socio-históricas que han establecido, entre otras cuestiones, una división sexual del trabajo donde los varones tienen espacios, roles, remuneraciones y otros beneficios de una jerarquía superior a los de las mujeres, en muchas de las personas que conforman las sociedades latinoamericanas la construcción de la sexualidad aún se encuentra vinculada a la reproducción como la única práctica legítima [2].
Esta configuración produce una particular conformación del género, donde permanentemente se vulneran derechos (sexuales, entre varios más) tanto de las mujeres como de las minorías sexuales.
El patriarcado opera a través de modelos desiguales y jerárquicos para varones y mujeres, modelos concebidos como pares de opuestos que definen de manera “natural” a quienes son considerados varones y a quienes mujeres, según la presencia o ausencia de una determinada anatomía (fálica).
A partir de estos modelos, a las mujeres se las ha definido como poseedoras de determinadas características tales como ser débiles, blandas, lloronas, románticas, dependientes y las ubica en la esfera privada de la vida, es decir, la mujer como ama de casa y ocupándose de las tareas domésticas.
El modelo para los varones impone como características más sobresalientes la fuerza, la energía, la no manifestación de emociones, el autocontrol, la independencia, teniendo a su cargo el trabajo en la esfera pública para cumplir con el imperativo de ser el proveedor material del grupo doméstico.
Esta “complementariedad” implica que tanto varones como mujeres “deben” ser heterosexuales y consumar la procreación y sustenta los cimientos prejuiciosos (negativos) respecto a las parejas lésbicas o gay y a las familias homoparentales.
Una reflexión a modo de aproximarnos a una conclusión
Por lo anterior, la lucha contra la homofobia no cesa con la aceptación jurídica, pese a que no descansaremos hasta conseguirla.
El camino continúa por la educación, para un cambio real y masivo en la sociedad, introduciendo el debate en la arena pública, y comenzándolo dentro de cada familia, de cada aula, de cada uno/a de nosotros y nosotras trabajando la homo/les/transfobia que todos y todas internalizamos.
[1] La historiadora y doctora en letras Élisabeth Roudinesco, una de las figuras más destacadas en el desarrollo del psicoanálisis en Francia, presentó en el año 2002 La Famille en désordre. El mencionado trabajo de investigación versa sobre el (des)orden teniendo en cuenta la evolución política y social, las fluctuaciones que se vienen produciendo por ejemplo en la familia y en las sexualidades. Roudinesco no conceptualiza ese desorden en un sentido peyorativo, sino como un nuevo orden, un nuevo ordenamiento que aflora en ese orden subvertido por los cambios generados en las últimas décadas. Por lo anterior, utilizamos el entrecomillado.
[2] Los que comenzaron a provocar un cambio de estatuto de la sexualidad humana fueron los derechos sexuales y reproductivos, ya que su introducción implica que la sexualidad no esté subordinada al fin procreativo; se empieza a dejar de tomar a la reproducción como directa consecuencia del accionar sexual. Todo esto fue adquiriendo una gran dimensión en el siglo pasado mediante la aparición y el uso de métodos anticonceptivos.