Por: lic. Alejandro Viedma
¿Qué les sucede a los padres luego de que, ante ellos, su hija se asume lesbiana o su hijo gay? ¿Cuáles son las reacciones más frecuentes en esa transición, en ese pasaje desde esa “confesión” al oído y registro de los padres? ¿La entrada, permanencia y salida del clóset adquieren la misma modalidad en los hijos que en los padres? ¿Qué diferencias y semejanzas presentan tales procesos para dichas personas? Estos son algunos de los interrogantes –con intentos singulares de respuestas- que me he planteado tratar de recorrer en esta columna.
Vale aclarar que mis reflexiones son resultado de mi experiencia como profesional de la salud mental. Mi función siempre apunta al caso por caso (por eso los psicoanalistas no nos llevamos del todo bien con las estadísticas), a cada sujeto, a cada familia, no obstante, este seguimiento también rescata generalizaciones de cuestiones comunes, afines volcadas en los discursos de las personas y en las situaciones a describirse.
Abro mi ropero y te lo traspaso a vos, ¿para que lo cierres y te encierres en él?
Lo que deben atravesar lesbianas y gays cuando se asumen públicamente, después se reproduce, se repite en sus padres. Es por ello que también se dice que el coming out of the closet es un proceso continuo y no de una vez y para siempre.
Tengo la idea de que cuando un/a hijo/a está saliendo del placard, su madre y/o su padre está(n) entrando a otro.
Como metáfora de esta situación, me viene la imagen de cuando se viaja en tren o en subte y se arriba a la terminal del medio de transporte utilizado: como si los hijos fueran esas personas que están tratando de evacuar el vagón y se les dificulta porque hay muchas personas que están intentando entrar a ese espacio, como si esas personas fuesen sus padres. Se desatan empujones, una suerte de fuerzas que chocan, fuerzas encontradas que hacen engorroso a un espectador tercero ver quién se va, quién ingresa, qué sucede en ese momento, en esa escena que contiene pasos hacia adelante, hacia atrás, hacia los costados.
Los clósets en estos casos se traspasan de hijos a padres, como si se diera una herencia a la inversa, una “herencia de abajo hacia arriba”.
Se manifiestan claras situaciones especulares, se suscita una multiplicación de espejos. Cuando alguien se asume gay o lesbiana ante otro es porque ya ha transitado por un lugar conocido por años y no tiene en cuenta lo arduo que fue primero aceptarse a él/ella mismo/a, por lo cual pretende que sus padres lo/la acepten enseguida y sin condicionamientos y si no lo hacen, el/la hijo/a se enoja por la decepción sufrida, se desesperanza o se desespera por no poder cultivar una paciencia que permita esperar una respuesta positiva de sus padres.
Muy por el contrario, lo que la realidad exhibe es que cada uno, cada sujeto tiene su proceso, su tiempo para transcurrir esa noticia nueva, esa ficha del juego o el espacio familiar que mueve todas las demás piezas, como en el juego de ajedrez. Tales circunstancias más bien me hacen pensar en des-tiempos entre estas personas que vivencian distintos procesos.
Además, no es lo mismo que los padres se anoticien de la sexualidad de su hijo por medio directo de este último que pone palabra a que la descubran “sin intención”, por ejemplo, a través de una carta cuyo destinatario era ese hijo y el remitente “un extraño”, o, en tiempos de posmodernidad, habiendo leído una charla por el msn, un sms o un mail privado del hijo con contenido amoroso que provenía de alguien de su mismo sexo. Tal vez, del lado del hijo, “haberse olvidado” abierto o a la vista de sus padres ese material, signifique inconscientemente mandarles el mensaje: “entérense, no se los puedo decir abiertamente, léanlo, eso hasta me agilizará las cosas”.
Eso lleva a una crisis y a un momento transicional y fundante para reacomodarse, situación que no se sabe previamente cuánto tiempo tomará, cuánto costará, justamente porque cada proceso es singular y cada sujeto tendrá su tiempo lógico y también cronológico –pues el tiempo es una variable real que nos atraviesa a todos los seres humanos, variable que no puede ser excluida; no es lo mismo que se tarde en aceptar esa verdad algunos meses o veinte años o nunca se logre incorporarla- para la elaboración de esa realidad nueva.
La culpa suele instalarse en ambos lugares (en el de los padres y en el del/a hijo/a). Las crisis suelen provocar ansiedad y stress.
¿Qué les genera a los padres esta “nueva” realidad?
¿Cómo se da ese pasaje del clóset al lugar de los padres? ¿Cuáles son los puntos de encuentros y desencuentros que hallamos en esas (de) construcciones de placares?
Carga-descarga-alivio es la tríada (anteriormente transcurrida en la hija lesbiana o el hijo gay) de elementos presentes en este proceso que se repite y potencia en los padres. Primero aumenta el peso por la mentira y el ocultamiento, luego llega el sinceramiento –que a veces es considerado como sincericidio- y por último y como consecuencia de lo antedicho, la sensación de alivianarse porque uno ya no porta esa mochila llena o “esa pelota que tenía adentro”.
Sabemos que cuantas más altas sean las expectativas depositadas en el otro, cuando ese otro no las cumple, algo cae y aparece la frustración, se produce la herida narcisística. Esto va más allá de “lo gay”. Pero el que proyecta algo propio en un otro es responsable de ese hecho. En este caso, las aspiraciones y sueños vertidos por los padres en su hijo viajan hasta este último y no se clarifica que son cosas que traspasan los primeros –y muchas veces no son deseos del hijo- a este último, lo que hace culpabilizar al hijo si no las despliega.
Eso sí: se tendrá que elaborar el duelo, duelo como proceso normal que será necesario atravesar. Duelar, del lado de los padres, que su hijo/a ya no es más, al decir de Freud, “su majestad”, donde se encomiendan todas sus metas e ideales. Duelo –que se expresa como enojo por la desilusión sufrida- a discurrir, del lado del hijo, porque se baja del pedestal a ese padre que era visto como alguien protector, sostenedor, que lo apoyaría en cualquier situación, aunque sea la más adversa para todos.
El secreto actual de los padres, otrora del hijo, re-moldea, hace cambiar la (no) relación familiar. Hay una mutación de protagonistas, en el guión, de los escenarios.
Los padres experimentarán la sensación de extrañamiento, de tener que conocer a alguien que se volvió desconocido o a quien nunca llegaron a acercarse. Pierden de vista que ese/a hijo/a es esencialmente el/la mismo/a que los ama y necesita y a quien aman y necesitan; simplemente lo distinto a partir de allí es que todo será y se desarrollará más en el orden de lo verdadero.
Parecería como si cayera todo lo bueno que tiene ese hijo y se subraya sólo lo “maligno”. Por un momento ese hijo deja de ser el que siempre fue, según el caso (estudiante, laburante, buena persona, hermano de, amigo de, etc.); esos rasgos y esas potencialidades parecieran esfumarse porque allí lo que prevalece exclusivamente es la sexualidad del hijo. ¡El pibe se volvió sexuado y encima esa sexuación no es la esperada por sus padres!
Así como para cualquier hijo es intolerable imaginar la escena en la cual sus padres tienen relaciones sexuales, tampoco estos soportan eso de sus hijos, y si a ello se le suma que su hijo se acuesta con alguien de su mismo sexo, les provoca horror.
En la visión de muchos padres la homosexualidad es algo que no incluye el amor, cuestión que respiran e incorporan de lo sociocultural, ya que casi no existen, al menos públicamente, modelos positivos de parejas gay que perduren en lo amorosamente temporal.
“¡No me mires ni me hables ni me toques!”
Se dificulta mirar a los ojos, se esquivan las palabras, las cercanías, se toma distancia. Impera la tensión en la mudez posterior al enterarse, ya que se instala un cambio total en la cosmovisión de los padres y se encuentran como perdidos, sin mapa ni brújula. Aumenta la tirantez en estas (no) interacciones familiares ya que muchas veces se envían metamensajes o el diálogo se corta.
Respecto a los meta mensajes, los más comunes pueden ser: “a tu papá no le gusta que ese chico se quede a dormir” (desde una madre a su hijo gay); o: “a tus hermanos les avergüenza lo que hacés, ¡qué van a decir sus amigos del barrio!” (desde el padre a su hijo gay o a su hija lesbiana); o: “dicen mamá y papá que bajes la voz cuando hables con tu amiga por teléfono o te vayas a hablar al fondo” (aquí el emisor puede ser un/a hermano/a de una chica lesbiana). Quizás los metamensajes siempre circularon dentro de esa familia, ya que las cosas nunca se dijeron directa o abiertamente, no ha existido diálogo alrededor de tema alguno y en una situación como la descrita se agudiza esta modalidad de comunicación ruidosa. No obstante, tal vez pueda constituirse una oportunidad para empezar a cambiar dicho modo, aunque en un principio no se lo ejerza de la mejor manera; por ejemplo, un paciente (que llamaré “Pedro”) me ha relatado que cuando él le ha dicho a su madre que era gay, la señora le contestó: “no hacía falta que me lo refregaras en la cara, hubiese preferido que no me lo dijeras nunca”.
Emerge el enojo. Malestar que se expresa con el silencio que hiela o, como decía recién, con palabras hirientes. ¿“Castigo propinado” por sentirse castigados por creer que ese hijo “no los hará abuelos”? (sobre todo desde los padres que aún no fueron abuelos por medio de otro/a hijo/a); ¿castigo que se ejerce activamente porque sienten que ese hijo los dejó afuera del disfrute de su abuelazgo, de otro rol más relajado, de ser doblemente padres, de otra etapa de sus vidas? Beneficio que ellos creen perder en ese momento y “el que se los quitó” es su propio hijo.
Se desvanecen ilusiones, certezas, paradigmas, mundos enteros y hay una imposibilidad para simultáneamente levantar otros cimientos o para poner algo positivo en esos huecos o elementos derrumbados.
El miedo es producto de lo que se desconoce y por eso resulta más funcional y cómodo no cuestionar o mover las bases que se construyeron a lo largo de la vida. A los padres les provoca pavor o una falta de respeto “discutir” o contradecir a los que les enseñaron, a los que los educaron para que compusieran un determinado imaginario. ¿Es por este motivo que les molesta y lastima que sus “alumnos” –llámense hijos- los cuestionen a ellos, los desobedezcan?
Entonces, hay una especie de mixtura de sentimientos y pensamientos que se instalan del lado de los padres: disgusto, vergüenza, fracaso en su función (que da origen a la pregunta culpógena “¿en qué nos equivocamos?”), elementos que se mezclan por no haber estado preparados para recibir tal noticia y por ende no saber cómo enfrentarla y enfocar lo que vendrá, circunstancia que los lleva a querer que ese hijo “cambie”, hecho demostrado en la cantidad de padres que exigen a su hijo que vaya al psicólogo o hable con algún cura.
En un momento posterior, en general y en ciertas situaciones hace el sujeto asumido gay o lesbiana –consciente o inconscientemente y por un tiempo nunca definido- las veces de sus padres: se convierte en papá de sus padres en el sentido de brindarles información (revistas, folletos, películas de temática gay), tratando de respetar y entender sus procesos, “aconsejándolos”, acompañándolos, conteniéndolos, preguntándoles en qué los puede ayudar, a quiénes les contaron o contarán, etc.
Así como una persona antes de salir del ropero piensa en lo peor que le pueda suceder por hablar (que sus padres lo echen de su casa, por ejemplo), también a los padres se les aloja el miedo a cómo lo tomarán sus amigos, sus parientes más cercanos, sus compañeros de trabajo, etc. Se sienten como bichos raros por considerarse “los únicos que tienen un hijo así, ¿por qué nos tuvo que tocar a nosotros?”. Por eso se refugian en una comodidad que más tarde incomoda, asfixia, lo que lleva a que dejen de “esconder lo del hijo” y empiecen a relajarse con este tema. Pero, decía, en el albor del enterarse les cuesta mucho pronunciar y luego compartir con alguien “mi hijo es gay”.
Cuando se me consulta por esta cuestión, como terapeuta sugiero ir de menor a mayor: empezar por contarle a los familiares y amigos más cercanos y a los cuales uno crea sabrán entenderlo con el fin de hacer alianzas y no sentirse tan solos. Suele ayudar que previamente se testee el campo mediante interrogaciones al otro sobre este asunto en general.
Otros pasos para combatir esos malestares pueden ser: buscar material, acudir a algún profesional idóneo en el tema o contactarse con otros padres que transitaron por una situación similar. Todos estos son posibles senderos que facilitarán el acercamiento a su hijo.
Luego de un plazo, muchos padres –y sus hijos- se asombran porque al final no todo fue catastrófico, porque hasta tuvieron compensaciones por haber atravesado toda esta fase. A veces algunos padres llegan a tomar a la pareja de su hijo como un yerno más o como un hijo más (pero eso es un cuasi ideal a alcanzar con el tiempo, que en la mayoría de los casos no se da porque cuesta superar la decepción, el dolor, las peleas).
Lo que logran los padres después de todo esto es aceptarse mejor a ellos mismos, se restablece su autoestima, como consecuencia de primero haber aceptado tal como es a su hija lesbiana o a su hijo gay y eso sutura las grietas provocadas por las culpas.
Cuestiones de género; ojos que ven, ¿corazón que disiente?
Razones culturales harán que el padre (varón) que tiene un hijo (varón) gay se sienta cuestionado en su masculinidad, justamente porque ante la mirada de los demás (sobre todo de otros varones) se creerá expuesto por “no haber podido transmitir dicha masculinidad” a su hijo. Todavía circula cierto prejuicio en la sociedad que liga la homosexualidad masculina a la falta de hombría.
En el caso de una hija lesbiana es común que los padres tomen a la pareja de aquella como “su mejor amiga” a pesar de que lleven años de relación, las hayan visitado en la casa que comparten y hayan (no) visto que en la habitación de ambas yace una cama de dos plazas y no existe otro sommier o colchón ubicado en otro sector de ese hogar. El lecho conyugal es percibido pero no tomado como tal, es decir, es desmentido, negado. Hay algo del orden del “no quiero ver, no quiero saber, aunque lo sepa”. Si bien en un momento anterior esa situación les pudo a las chicas haber resultado funcional ya que no hubo obstáculos en la habilitación de su convivencia por parte de sus progenitores, en un tiempo posterior se les vuelve en contra, ya que esa pseudoaceptación es aún más peligrosa porque conlleva la invisibilización del vínculo lésbico amoroso, invisiblización de la relación entre dos mujeres, invisibilización de sus sexualidades.
¿Visibilidad (no) óptima?
Creo que un extremo de la visibilidad de los padres de una lesbiana o un gay lo constituiría cuando los primeros forman parte de alguna asociación que milita por los derechos de sus hijos; parecería que la vida de esos padres cobrara un sentido nuevo, se embanderan en una causa que antes no había tenido lugar en ellos.
Un ejemplo del otro extremo de la (in) visibilidad puede consistir en el camuflaje que le infligen a ese hijo; un caso podría ser cuando los padres (pudientes) lo mandan al exterior a “estudiar por un tiempo” o cortan toda posible futura manifestación del hijo que tenga que ver con su homosexualidad diciéndole: “no se lo digas a nadie, sería mejor que te muestres con una chica” o “acá no se habla más del tema, que ni se te ocurra traer a alguien, respetá este techo”.
Por otra parte, me gustaría hacer un paralelismo entre la expresión, acción de la visibilidad y el clima metereológico, que impacta en los demás climas (emocional, corporal, vincular): cuando se habla de visibilidad óptima podemos transferirlo quizás a la más diáfana visibilidad de cualquier gay o lesbiana en su familia en el momento que ya salió del clóset y cuando ya pasó la tormenta, se esfumaron las nubes, cuando ya no hay niebla. Se despeja el cielo al igual que las dudas, los miedos, la incertidumbre que provocaban en los padres –y en otros/as- esa sospecha de que su hijo “tenía algo, pero no lográbamos saber exactamente qué”.
A modo de concluir: salida múltiple de los muebles
Considero que el coming out of the closet de una persona dentro de su familia es una oportunidad para propiciar lo que circula y se intercambia en el interior de esa célula: los montos de afecto, que se potencian en sus corrientes tiernas (que tienen que ver con la comprensión, la contención, la aceptación) y agresivas (que aparecen como rechazo, expulsión, violencia).
Es además una chance para los padres de cuestionar sus “valores inamovibles” (lo que al principio no figuraba en sus planes), por ejemplo, los esparcidos por su religión, ¿es acaso “natural” que los padres excluyan de su familia a su hijo por tener una orientación sexual que no es la misma que la de ellos? ¿No inculca la iglesia católica “el que esté libre de pecado que tire la primera piedra”? ¿No enseña dicha institución a “amar al prójimo como a ti mismo”?
También para los padres, cuando empiezan a leer todo lo que buscan y encuentran acerca de esta temática, es una forma de acercarse a nuevos horizontes (¡con pluralidades de arcoíris!), ya que “no sabíamos nada de esto”.
Es, tanto para ese hijo como para esos padres, un método para tramitar, vía palabra, el conflicto, ya que cuanto más se verbalice “soy lesbiana” o “mi hija es lesbiana”, más se ejercitará externa e internamente para asumir la verdad, diciéndola y escuchándola-escuchándose.
Si pensamos que el clóset de los padres es armado con palabras del/a hijo/a, puedo aventurar que se trata de un CLÓSET SOCIAL, un placard doblemente vincular, familiar; es como un (in) mueble, un bien de familia porque es parte de ese grupo en particular, pero en el caso de los padres, no deben dejar de tener en cuenta que se trata de una sexualidad ajena, la de su hija/o.
Lo que no pueden vislumbrar esos padres en el primer momento de exposición de su hijo es algo positivo: que hubo algo del orden de la construcción en el camino para que ese hijo se autorice a utilizar su palabra –más allá de que para el hijo ya resultó insoportable continuar con su secreto- hasta en la explosión. Incluso puede resultar del lado del hijo un acto de amor sano, una forma de cuidado y respeto por esos padres, por no querer que los mismos “se enterasen de lo de él por terceros”.
La sinceridad del hijo (o del padre que sale del ropero) rompe con el “como si” estuviera todo bien en el núcleo familiar mientras no se blanquee la homosexualidad.
Se empieza a dejar de fingir y se corta con las preguntas auto mentirosas: ¿no te gusta esa chica? (hacia un hijo gay), o: ¿cuándo te vas a casar, tener hijos, formar tu familia?, como si una pareja del mismo sexo no constituyera por sí sola, por sí misma una familia. Los padres comienzan a perder la idea o ilusión que esto “ya se le pasará” al hijo que “tiene una confusión”, o a dejar de echarle la culpa “a ese degenerado que le metió cosas raras en la cabeza”.
En un momento ya esclarecido y digerido, los comentarios –de los padres- antigay, homófobos, discriminatorios pierden dimensión real porque otrora el atacado era “el vecino puto de la esquina”, ahora transformado en su propio hijo.
La revelación de una sexualidad disidente es algo distinto a la confesión, que implica la culpa de lo que se está haciendo mal, algo de la instancia superyoica que sanciona, o de lo religioso que exige que se nombre el pecado para que el pecador se haga cargo y pueda cambiar, dejar de hacer eso “sucio”.
A mí me seduce más el verbo revelar, porque se descubre un velo. Como el revelado de las fotos: algo que permaneció en un cuarto oscuro (clóset) sale a la luz. ¡Y hay tantas fotos lindas! ¿Por qué siempre lo revelado tiene que ser tomado tan negativamente? ¿Para qué romper o tirar los negativos? ¿Por qué no nos abrimos a observar y no nos dejamos deleitar por la diversidad de paisajes, personas, rostros, expuestos en esas improntas gráficas que congelan un minuto o un lazo?
Un pensamiento para finalizar: creo que lo más importante del coming out es que puede ser una maravillosa oportunidad para re-conocer (se) y para aceptar (se) a ese familiar (y a uno mismo, llámese padre o hijo) desde la autenticidad, el respeto, la madurez, el cariño, la ética (y no la moral).
Con el pasar del tiempo, comprender y aceptar al otro y a sí mismo se constituirán como ACTOS saludables, ¡ACTOS DE AMOR!
Fotos de la marcha del orgullo LGBT, BS AS, 2008: