Por ALEJANDRO VIEDMA | Reflexiones acerca de distintos modos de armar placares y las subjetivas salidas de los mismos. Publicado por agmagazine.info el 12 de mayo de 2009.
Del concepto al objeto
Al concepto CLÓSET lo entiendo como nuclear, ordenador y/o catalizador de cientos de temas porque conecta, motoriza y se relaciona con muchísimas nociones como las de la (homo) sexualidad, las represiones (internas y externas) sufridas, las creencias (religiosas, culturales, científicas, políticas), los sentimientos (amorosos, temerosos, angustiosos) aflorados en el ser humano, las dinámicas establecidas dentro de las familias, etc., etc.
Tomo al clóset como un dispositivo, un andamiaje, un aparato sociocultural que es a la vez grupal e individual, y por tener estas características agrupa a otras, como la masividad y la unicidad.
El placard puede adoptar distintas formas, o tal vez sería más adecuado nombrar a los muebles en plural, y por lo antedicho en el párrafo precedente, también puede ser nominado en singular si no dejamos de tener en cuenta que hay tantos clósets como seres humanos que los crean.
Como factor universal, podemos observar que cualquier armario puede hacer las veces de tegumento, de piel, de elemento envolvente y aislante que cobija del mundo exterior y a la vez nunca proscribe la comunicación con el mismo, es decir, siempre que hablemos del clóset tendremos que tener en cuenta que dicha abstracción conlleva la relación, la retroalimentación permanente entre un continente y un contenido.
Entonces, los territorios lindantes estarán divididos por marcos, puertas, materiales diversos como hierro, madera, plástico que pueden actuar como metonimias de lo fronterizo, de los filtros, de lo que el sujeto -que no puede asumir abierta y/o públicamente su orientación sexual- monta en la escena ante un otro: las (no) palabras, las mentiras, los pudores, los remordimientos, las sensaciones de estar atrapado y/o desamparado, el dolor, la bronca por los reproches recibidos posteriormente, entre muchos otros componentes presentes más.
Otro objeto hallable dentro de un placard sería la naftalina, que tiene como finalidad mantener la ropa sin que sea apolillada o, podríamos pensar, para que el sujeto pueda tornarse fuerte, para que exprese su ser en su totalidad, que no luzca con agujeros, debilidades ante los demás “invasores” y pueda ser útil para cuando decida cruzar ese límite, cuando se disponga a dar el/los paso/s subsiguientes.
Roperos distintos, la misma lógica
Si bien casi toda lesbiana y casi todo gay transcurre en su vida por la situación de “enclosetamiento”, no tiene la exclusividad, la única venia para la construcción del placard, es decir, cualquier ser humano puede estar en este estado por equis motivo. El clóset de las lesbianas y los gays es particular, con especificidades, sin embargo, ciertas características también pueden encontrarse en otros sujetos que pueden ser heterosexuales, o sea, establecerse en un clóset va más allá de la orientación sexual o de la identidad de género de la persona encajonada, ya que ese sujeto se interna dentro de un locker, casillero, recoveco o como quiera llamárselo porque a ese rincón lo concibe como una autoprotección, lo funda como mecanismo de defensa.
Actualmente, donde en la Argentina convivimos a diario con el problema de la inseguridad, es pertinente acudir a alegorías: el clóset como símil de la acción de autoblindarse, enfundarse en un chaleco antibalas, manejar y trasladarse en un automóvil con los vidrios polarizados, donde la persona puede observar gran parte de lo que lo rodea mas impide que los otros se adentren en su interior, que lo hieran.
Es en este sentido que puedo pensar en otros clósets, y a modo de ilustración puedo enumerar: el caso de una persona que tiene una relación con un/a amante hace muchos años y vive dicho vínculo escondiéndolo, sin libertad alguna; o el de un sujeto que padece una enfermedad –aquí se puede pensar en un trastorno alimentario, como la bulimia o la anorexia-, y la sufre solo, sin comentárselo a nadie; o el de alguien que es presa de la violencia doméstica, violencia naturalizada desde hace años en el interior de su pareja o su familia, sobre todo en los casos de violencia de género -cuando la mujer no puede hacer otra cosa que mentir, negar o esconder los golpes o al violento porque vive amenazada-; o el de un sujeto a quien le cuesta muchísimo superar una adicción; o el de una persona –sobre todo menor de edad- que ha sufrido o está sufriendo reiterados abusos sexuales. En los casos anteriormente citados y en muchos otros, generalmente se instala el miedo a “hacerle mal al otro” (por ejemplo una mujer golpeada si compartiera su infierno con su madre o con alguna hermana o amiga) si se lo contara, o se vive asustado por el rechazo y por la consecuente condena social, por ende el secreto permanece gelificado en la propia soledad.
Otro ejemplo lo puede constituir algún tipo de emigración ilegal del país de origen. Hace un par de años escuché en la voz de Julieta Venegas una canción que directamente me llevó a imaginarme el clóset, se trataba de “La jaula de oro”, tema popularizado por el grupo Los tigres del Norte. El texto es un testimonio sobre la emigración mexicana, y en más de una oportunidad la Venegas en vivo le dedicó dicha pieza a “todos los paisanos que se encuentran en los Estados Unidos”. Abajo “pego” la letra de esta canción:
La jaula de oro
Aquí estoy establecido
en los Estado Unidos
diez años pasaron ya.
En que crucé de mojado
papeles no he arreglado
sigo siendo un ilegal.
Tengo mi esposa y mis hijos
que me los traje muy chicos
y se han olvidado ya.
De mi México querido
del que yo nunca me olvido
y no puedo regresar.
De qué me sirve el dinero
si estoy como prisionero
dentro de esta gran nación.
Cuando me acuerdo hasta lloro
que aunque la jaula sea de oro
no deja de ser prisión.
Mis hijos no hablan conmigo
otro idioma han aprendido
y olvidado el español.
Piensan como americanos
niegan que son mexicanos
aunque tengan mi color.
De mi trabajo a mi casa
yo no se lo que me pasa
que aunque soy hombre de hogar.
Casi no salgo a la calle
pues tengo miedo que me hallen
y me puedan deportar
La situación descrita es clara: uno se establece en un lugar donde pasa años, por lo cual luego cuesta salir o correrse de allí. Dicho sitio puede en un momento ofrecer una especie de confort, de peligrosa o (auto) engañosa comodidad, ya que uno necesariamente se convierte en un presidiario en tal circunstancia, pues el silencio, la incomunicación, lo vergonzoso para uno (y para los demás) y la negación provocan angustia, porque hasta los seres queridos y cercanos se vuelven extraños y uno se vuelve ajeno para ellos.
Pareciera como si ese sujeto, en el tratar de olvidarse, escapar o de “hacerse el distraído de la realidad”, se volviese un automatón, una máquina repetitiva porque sólo se dedicaría a caminar por los senderos del “deber ser”, de las obligaciones y de esos temores aparecidos –miedo a que los demás lo rechacen, lo “destierren” si se expusiera tal cual o como es, si tomara las calles- por no cumplir con las exigencias del otro; a posteriori dichas exigencias se interiorizan y se potencian en el sujeto tapado con la consecuencia de ir perdiendo día a día su propia identidad, su “legalidad subjetiva”, situación que puede provocarle –si llegara a estancarse en esa localidad pantanosa por mucho tiempo- un aplastamiento subjetivo.
Mientras un sujeto se envuelva con esa especie de ataúd, de “sobretodo de madera”, se irá objetalizando, quedará cosificado, mimetizado con ese armario, y en un traspaso constante de mixturas que se simbiotizan, ese mueble se irá humanizando porque irá formando parte de esa persona, convirtiéndose en su cascarón.
En el caso de la persona gay o lesbiana que fabrica un clóset, lo hace porque se siente acechada por las miradas que no avalan su modo de vivir su sexualidad y los chismes diseminados se vuelven amenazantes en los oídos de dicha persona.
Lo siniestro, lo ominoso para Freud
Recuerdo haber leído –en los ´90, cuando era estudiante de la carrera de Psicología- Unheimlich (Freud, 1919), que se tradujo como “Lo siniestro, lo ominoso”, pero el año pasado asistí a una clase especial en un posgrado que realicé y mientras escuchaba a la colega oradora, todo el tiempo me invitaba a pensar en el clóset, ropero, placard, ya que en ese texto el padre del psicoanálisis refiere que se produce, en la situación que describe en dichas páginas (invito a los lectores a que busquen y hojeen ese artículo, caso contrario y si reprodujera aquí el mismo, este sería mucho más extenso y tal vez menos entendible), al mismo tiempo la vivencia de sentimientos aparentemente contrarios: lo familiar/hogareño/conocido/entrañable combinado con lo angustioso e intolerable por lo oculto, lo secreto, lo no develado que sale a la luz, como en ese proceso del coming out.
Lo siniestro, lo ominoso, aparece así como aquella variedad de lo terrorífico que se remonta a “lo familiar”, pero que deviene en “no familiar”, aquello que es familiar y desconocido a la vez. Además, se da la falta de un límite preciso entre los objetos animados e inanimados, y hay un sentido de atemporalidad y de sorpresa, de extrañeza a la vez. Se trata de algo propio que al mismo tiempo es ajeno, lo que me remite al concepto de extimidad, porque hay algo que es interno y externo simultáneamente, como la banda de moebius.
También me interesó lo de la doble función que describe Freud: que no se vea y que sirva de pantalla, y lo conecto con la vivencia de cuando los gays y las lesbianas son tapados o intentan construir mascaradas para que los demás “no sepan” sobre su orientación sexual.
En cuanto a lo siniestro y el armario, lo oculto remitiría a la calavera que yace en el clóset, pero que todos la tienen, de tal manera, lo siniestro se produciría por el encuentro con eso que no debió salir a la luz subjetivamente y es algo instantáneo.
Cuando para cualquier sujeto se vuelve real el encuentro con la sexualidad, ¿hay algo allí que se vivifica como siniestro? Me parece más del orden del velo, en el sentido del arte, el velo que cubre la calavera social que todos ocultamos, el velo como semblante, como máscara.
Tal vez para el Otro social, el hecho de que alguien salga del placard, se lo viva como un momento de despersonalización que puede ser sentido como siniestro, como un doble que no se reconoce.
El acto de decir soy lo que soy
¿De qué está hablando una persona cuando exclama “soy gay”?
El coming out of the closet, el proceso de abrir el placard e ir saliendo del mismo, es un acto que va poniendo de manifiesto lo implícito, lo oculto, el silencio, el disimule.
A dicho proceso lo tomo como un acto ético porque el que despliega la enunciación se transforma en un sujeto que se responsabiliza por lo que ya no calla; hay un antes y un después de esas palabras expresadas, una manifestación visagra donde la posición subjetiva ya no será la misma. Es como cruzar el Rubicón, que le significó al César un cambio en su/la historia.
Los minutos previos a la emisión de las primeras palabras suelen ser los más difíciles de transcurrir para la persona que seguidamente va a decir, por ejemplo: “pa, ma, tengo que hablar con ustedes, necesito decirles algo”.
Ese algo –que no es poco- que se pronuncia en general trae aparejado costes psíquicos y físicos, porque cuando por ejemplo los padres no aprueban la homosexualidad de su hijo/a, este/a último/a en primer lugar sufre un descenso en su autoestima.
Por otra parte, tal circunstancia le aporta a la lesbiana o al gay una capacidad de resiliencia, de volver del salto, de hacerse más fuerte en el reponerse, recuperarse ante la adversidad.
El sujeto que necesita decir que es gay lo hace porque asume una identidad, identidad también sostenida por lo grupal, por un colectivo específico que siente y se expresa de una manera similar –aunque con diferencias-, compartiendo códigos y vivencias comunes. Es un ser que se construye también vía discursiva, en un contexto socializador.
Lo que hay que destacar es que decirlo siempre debe partir de una decisión personal y no de una obligación o presión externa. Todo sujeto es propietario de su vida (en general) y de ejercer y hablar con libertad, si así lo desea, sobre su sexualidad (en particular).
¿El regreso del “muerto vivo”?
Si la entrada en el placard y la permanencia en el mismo nos lleva a la frase “todos tenemos un muerto en el ropero”, el coming out of the closet sería homologable a cuando ese muerto revive o ya no se lo esconde más. ¿Cómo? Vamos por partes, cajón por cajón, estante por estante, percha por percha…
Al placard, como he dicho, en un primer momento se lo siente como un lugar con confort, no obstante al mismo tiempo ese ascensor atascado hace que se vaya pudriendo “eso sin vida” que está en su interior, mudo, inamovible, pero que produce efectos.
Al muerto, al asesinado se lo guarda en el clóset o se lo entierra, muchas veces, en el fondo de la casa, pero si pensamos que lo específico de una lesbiana o de un gay en una etapa de su vida es guardar, ocultar o tratar de aniquilar sus propias pulsiones (por “el qué dirán”), su condición afectivo-sexual, podemos decir que estos sujetos lo hacían porque se los consideraba criminales, como seres abominables a ejecutar. Históricamente se tildó –y aún en varios países de este planeta se sigue tomando- a los actos homosexuales como crímenes, y se los ha ordenado en la categoría de psicopatológicos, perversos desde la ciencia, la disciplina, el derecho, la religión.
Entonces, se destina las cuestiones sexuales a lo más íntimo de lo privado, y la intimidad en una casa generalmente yace en la habitación, por lo que lo más íntimo se guarda, se lo protege más que a otras cosas en el ropero. ¿No son acaso los ladrones los que van directo a ese lugar, porque el mismo es una suerte de refugio, escondite para otros objetos de valor, como el dinero y las joyas?
Por lo tanto, según cada singularidad y las particularidades de la represión de cada quien, habrá diferentes construcciones de armarios: habitan encastrados, grandes, chicos, con varias puertas, con una sola, de diferentes estilos como modernos, antiguos o coloridos, pero también existe una mano de obra común hasta para preparar las salidas de aquellos: la designada por la comunidad en general y el colectivo LGBT en particular, porque asumir una sexualidad disidente, distinta a la heteronormativa, es de alguna manera aceptar que se está o se pasó por un enclosetamiento, ya que no se puede salir de un lugar de donde previamente uno no entró.
Las voces que animan a otras gargantas
Cuando alguien habla, en simultáneo habilita a otro a que lo haga. Ese acto genera más actos, más sujetos se animan a hablar porque la palabra cobra vida: el muerto revive.
Eso me dirige a la cita bíblica “Lázaro, levántate y anda”, ya que hablar es andar-diciendo, sólo que Lázaro no se autonominó en ese acto, contrariamente, el que da la "orden" de ponerse de pie y caminar –de que pueda expresarlo- al gay o a la lesbiana es él/ella mismo/a y ningún Jesús ni voz externa, sino la interna, la propia, el alma de cada quien, su propia determinación.
La salida del clóset es como autodeclararse inocente o al menos no culpable por ser gay, en tanto que lo que parecía muriéndose dentro del sujeto renace y mejora, se transforma porque en un paso previo hubo un giro tremendo en la cosmovisión interna del sujeto, que había internalizado la homofobia. Con esto quiero significar que anteriormente a su salida pública, el sujeto se autoacepta en soledad.
Porque a ese sujeto ya se le hizo insoportable portar un falso self, yo falso izado a medida que su placard iba paseando por los umbrales del nudo borromeo propuesto por Lacan: se pasa del ropero como instancia imaginaria y simbólica para convertirse en algo real, connotado desde lo material, material que hasta puede fragmentarse, sin perder sus otros dos registros.
En algún punto, los que quisieron y pudieron salir del clóset lo hicieron porque han roto el cerrojo de la naturalización del ahogo y en tal sentido las lesbianas y los gays que caminaron, hablaron, se asumieron al fin, pudieron hacer algo distinto a lo que los otros quisieron predestinarlos –incluso cuando los demás quieren que uno calle y vuelva al armario-, y lograron instalar algo del orden de un cambio.
Además, sin desearlo o habiéndolo querido han actuado políticamente, porque es toda una actitud y una cuestión política generar un cambio en uno y en los otros, animar, vitalizar a muertos ajenos también, despertar conciencias. Se convida al semejante a esquivar la condena y simultáneamente también se lo declara inocente antes de que haya un esqueleto.
Es por tal cuestión que el muerto no se terminó de duelar, porque no se trata de algo mórbido real, tal vez nunca llegó a agonizar, a estar en coma porque tomó otro camino y sorpresivamente pudo mejorar notablemente e inyectar, contagiar de salud y de vida a las partes oscuras y reprimidas de los cuerpos, las mentes y los seres vecinos.
Todas las aberturas, los pasos para la salida del placard ayudaron a dar otros pasos. Las salidas de los clósets de los gays y las lesbianas han provocado, entre muchos logros, que nuestra nación junto con otros sesenta y cinco países en diciembre de 2008 en el Organismo de las Naciones Unidas (ONU) votara a favor de un texto que llama a despenalizar la homosexualidad en nuestro planeta.
Incluso las salidas de los clósets hacen que los demás salgan de otros clósets que no tengan que ver –o sí- con la sexualidad. Quizás, y por otro lado, estimado lector, la previa salida del clóset de un ser cercano a ti, sobre algún tema o cuestión personal, te ha permitido hacer tu propio camino de visibilidad…
Porque aunque Benedicto XVI se empeñe en lo contrario, hay algo del orden de la inevitabilidad: los cambios sociales son inevitables, es inevitable que no se den, que no muten las realidades en un mundo pleno de configuraciones inevitablemente diversas y visibles.