por ALEJANDRO VIEDMA Preguntas y consideraciones alrededor de las no imágenes de las familias homoparentales argentinas en los medios de comunicación locales.
Publicado por AGMagazine el 21-09-2009
Una gran noticia hemos recibido el pasado 9 de setiembre de nuestros hermanos uruguayos: el Senado del país vecino sancionó la ley que autoriza a las parejas -cualquiera sea el género de las personas que la conforman- bajo “unión concubinaria” a solicitar la adopción de una niña o un niño.
He leído y visto un resumen positivo en los medios de comunicación argentinos, si bien con diferencias en cómo tratan el suceso vanguardista para Latinoamérica, y casualmente la noche anterior a enterarme de aquella noticia había empezado a escribir estas líneas sobre la invisibilización en los medios de comunicación nacionales de las familias homoparentales autóctonas.
¿Hay acaso caras visibles de parejas de mujeres u hombres con su(s) hijo(s) en nuestros canales de televisión? ¿Se editan en los diarios y en las revistas fotografías sin cuidar el anonimato de los involucrados de estas familias? De hecho, las pocas que se conocen en la gráfica, son fotos importadas. Sólo a modo de excepción vemos una imagen de madres lesbianas compatriotas con su niño/a. ¿Será justamente para proteger a los miembros de esa familia? ¿Será peligroso mostrarlos? ¿Para quién(es)? He aquí mis primeros interrogantes en construcción...
Por otra parte, en el caso de que en la Argentina se apruebe la ley de adopción para parejas homosexuales, ¿qué dirá la familia típica argenta mirando la tv? O sea, cuando el público general mira en los noticieros por ejemplo los informes que retratan un hecho de adopción por parte de un matrimonio heterosexual o de una persona soltera, se refieren a "los hijos del corazón"=hecho amoroso=acto de amor=emoción en los televidentes. Pero cuando esto sea una realidad legalizada para las lesbianas y los gays argentinos, ¿se hablará también de "hijos del corazón" o de “pobres pibes”?, y ¿se seguirá usando el término "degenerados" para referirse a esos padres o se los considerará seres responsables como tantos otros adoptantes?
Además, ¿qué diferencias surgirán frente a las imágenes de dos madres o de dos padres?; porque creo que inquieta mucho más el caso de una pareja conformada por dos varones, pues aún continúa el prejuicio, entre otras ideas erróneas que circulan, de abusos que podrían cometer los gays adultos hacia los niños.
En el imaginario social las mujeres son las personas a las que se les adjudica un instinto maternal natural, por lo cual me parece que es más aceptable la imagen de una pareja lésbica con niños, incluso pareciera que una persona que no haya nacido biológicamente mujer pero tenga una identidad de género femenina, sería mejor recibida por la sociedad en su rol de madre.
Como escribió Eva Giberti, refiriéndose a la transexual Mariela Muñoz, en un número especial de setiembre de 1993 de la revista Actualidad Psicológica:
“… lo que resulta explícito es la intervención quirúrgica que remite a una ablación de sus genitales masculinos. ¿Qué podría sentir y pensar la comunidad frente a quien decide desprenderse de algo tan valorizado, idealizado, sacralizado por una cultura patriarcal? (…) Difícilmente contaría con la simpatía hacia quien elige no-tener, desprenderse de algo que se supone sistemáticamente envidiado, tanto en lo anatómico cuanto en las simbólicas que puedan acompañarlo, instituirlo, definirlo, sostenerlo…”. Continúa: “… Quizás los mitos e idealizaciones respecto de lo materno –también paradigmáticos de las sociedades patriarcales- hayan logrado mayor vigencia que el espanto que la castración produce. O sea, que mitos e idealizaciones acerca de la maternidad hayan resultado más relevantes para la comunidad encuestada que el desprendimiento voluntario de los genitales que identificaban como sujeto masculino a Mariela Muñoz. Como si fuera posible olvidarse, perdonarle, omitir su locura aberrante e incomprensible (así caracterizada por quienes no lograban imaginar la posibilidad de una amputación de esa índole) en aras de una maternidad espectacularmente mostrada y defendida por su protagonista. Es decir, la maternidad (amor a los hijos), todo lo explica, todo lo justifica; aunque provenga de un varón…”.
Entonces, siempre correremos el riesgo de biologizar la cuestión, riesgo en el que caeremos si no consideramos que el género y las funciones de maternidad y paternidad se construyen más allá del sustrato biológico.
Pensaba en estas cuestiones de la prensa porque estamos cansados de leer, escuchar y repetir que estas familias son una realidad, que no son nuevas, pero en nuestro país no se las difunde. La frase "lo que no se nombra no existe" bien podría homologarse a "lo que no se muestra no existe", por lo menos para la masividad, y por algo no se visibiliza a estas familias, no se trata de un hecho inocente mantenerlas en el anonimato.
¿Qué hay que esconder? ¿Cuál y para quién(es) es el riesgo de difundir imágenes, fotos, videos, palabras, testimonios de estos grupos familiares que se fundirían en la aclamada –pero muchas veces no aceptada- diversidad?
Que parejas lésbicas o gays puedan criar a sus hijos no es tomado como un hecho positivo en el imaginario de la gente, pese a los titulares y encuestas a favor que aparecen en los diarios y portales online. También tendrá que ver con las subjetividades de los periodistas, editores y difusores de información, sujetos que no dejan de ser catalizadores de las representaciones sociales de la homoparentalidad y, sobre todo, de las leyes a dictarse que puedan proteger a todos los integrantes de estas familias.
En el mejor de los casos, he escuchado la frase “que dos varones o dos mujeres tengan hijos es preferible a que estos niños estén en la calle o en orfanatos”, tal vez ¿consideraciones que apuntan a evitar un mal mayor?
Si nadie nace sabiendo ser padre, menos aún esto sucede con las familias homoparentales, que no tienen espejos de pares, de modelos positivos para aprender en el recorrido de la crianza de sus hijos/as. La ausencia de modelos distintos a la familia tradicional podría actuar como barrera para los sujetos gays y lesbianas que tienen el proyecto de ser padres/madres.
Leo Bersani en ¿El recto es una tumba?, editado por Edelp en 1999 en Córdoba, dice: “…como Stuart Hall sostiene, una representación es algo distinto de un mero reflejo: “Esto implica el trabajo activo de selección y presentación, de estructuración y configuración: no simplemente la transmisión de un sentido ya existente, sino la labor más activa de hacer que las cosas signifiquen”. La televisión no hace la familia, pero le da cierto sentido a la familia. O sea, ella hace una fuerte distinción entre la familia como unidad biológica y la familia como entidad cultural, y lo hace al enseñarnos los atributos y las actitudes a través de los cuales las personas que pensaban estar ya en el interior de una verdadera familia recién comienzan a sentirse como miembros de una. El gran poder de los medios, y especialmente de la televisión, es, como Watney escribe, “su capacidad de manufacturar la subjetividad misma” e imponer así una forma a la identidad. El “gran público” es a la vez una construcción ideológica y una prescripción moral. Además, la definición de la familia como identidad es, esencialmente, un proceso de exclusión, y el producto cultural no tiene ninguna obligación de coincidir exactamente con su referente natural”.
De tal manera, observar y oír en televisión a autóctonas familias homoparentales posibilitará a los televidentes considerar tangible a ese lazo afectivo, saber que hay una posibilidad real de paternidad por ejemplo para dos varones. También puede encender el deseo de lesbianas y gays de ser padres, darse cuenta que su sueño puede realizarse y a partir de allí decidirse a llevarlo adelante, acto obstaculizado si no se emiten imágenes de una pareja homosexual constituida y duradera en el tiempo con sus hijos.
Si bien sabemos que la diversidad adquirirá su verdadero significado mientras se acepte la diversidad del otro, a dicha diversidad debe conocérsela, vérsela, escuchársela y no obturarla o esconderla.
Publicado por AGMagazine el 21-09-2009
Una gran noticia hemos recibido el pasado 9 de setiembre de nuestros hermanos uruguayos: el Senado del país vecino sancionó la ley que autoriza a las parejas -cualquiera sea el género de las personas que la conforman- bajo “unión concubinaria” a solicitar la adopción de una niña o un niño.
He leído y visto un resumen positivo en los medios de comunicación argentinos, si bien con diferencias en cómo tratan el suceso vanguardista para Latinoamérica, y casualmente la noche anterior a enterarme de aquella noticia había empezado a escribir estas líneas sobre la invisibilización en los medios de comunicación nacionales de las familias homoparentales autóctonas.
¿Hay acaso caras visibles de parejas de mujeres u hombres con su(s) hijo(s) en nuestros canales de televisión? ¿Se editan en los diarios y en las revistas fotografías sin cuidar el anonimato de los involucrados de estas familias? De hecho, las pocas que se conocen en la gráfica, son fotos importadas. Sólo a modo de excepción vemos una imagen de madres lesbianas compatriotas con su niño/a. ¿Será justamente para proteger a los miembros de esa familia? ¿Será peligroso mostrarlos? ¿Para quién(es)? He aquí mis primeros interrogantes en construcción...
Por otra parte, en el caso de que en la Argentina se apruebe la ley de adopción para parejas homosexuales, ¿qué dirá la familia típica argenta mirando la tv? O sea, cuando el público general mira en los noticieros por ejemplo los informes que retratan un hecho de adopción por parte de un matrimonio heterosexual o de una persona soltera, se refieren a "los hijos del corazón"=hecho amoroso=acto de amor=emoción en los televidentes. Pero cuando esto sea una realidad legalizada para las lesbianas y los gays argentinos, ¿se hablará también de "hijos del corazón" o de “pobres pibes”?, y ¿se seguirá usando el término "degenerados" para referirse a esos padres o se los considerará seres responsables como tantos otros adoptantes?
Además, ¿qué diferencias surgirán frente a las imágenes de dos madres o de dos padres?; porque creo que inquieta mucho más el caso de una pareja conformada por dos varones, pues aún continúa el prejuicio, entre otras ideas erróneas que circulan, de abusos que podrían cometer los gays adultos hacia los niños.
En el imaginario social las mujeres son las personas a las que se les adjudica un instinto maternal natural, por lo cual me parece que es más aceptable la imagen de una pareja lésbica con niños, incluso pareciera que una persona que no haya nacido biológicamente mujer pero tenga una identidad de género femenina, sería mejor recibida por la sociedad en su rol de madre.
Como escribió Eva Giberti, refiriéndose a la transexual Mariela Muñoz, en un número especial de setiembre de 1993 de la revista Actualidad Psicológica:
“… lo que resulta explícito es la intervención quirúrgica que remite a una ablación de sus genitales masculinos. ¿Qué podría sentir y pensar la comunidad frente a quien decide desprenderse de algo tan valorizado, idealizado, sacralizado por una cultura patriarcal? (…) Difícilmente contaría con la simpatía hacia quien elige no-tener, desprenderse de algo que se supone sistemáticamente envidiado, tanto en lo anatómico cuanto en las simbólicas que puedan acompañarlo, instituirlo, definirlo, sostenerlo…”. Continúa: “… Quizás los mitos e idealizaciones respecto de lo materno –también paradigmáticos de las sociedades patriarcales- hayan logrado mayor vigencia que el espanto que la castración produce. O sea, que mitos e idealizaciones acerca de la maternidad hayan resultado más relevantes para la comunidad encuestada que el desprendimiento voluntario de los genitales que identificaban como sujeto masculino a Mariela Muñoz. Como si fuera posible olvidarse, perdonarle, omitir su locura aberrante e incomprensible (así caracterizada por quienes no lograban imaginar la posibilidad de una amputación de esa índole) en aras de una maternidad espectacularmente mostrada y defendida por su protagonista. Es decir, la maternidad (amor a los hijos), todo lo explica, todo lo justifica; aunque provenga de un varón…”.
Entonces, siempre correremos el riesgo de biologizar la cuestión, riesgo en el que caeremos si no consideramos que el género y las funciones de maternidad y paternidad se construyen más allá del sustrato biológico.
Pensaba en estas cuestiones de la prensa porque estamos cansados de leer, escuchar y repetir que estas familias son una realidad, que no son nuevas, pero en nuestro país no se las difunde. La frase "lo que no se nombra no existe" bien podría homologarse a "lo que no se muestra no existe", por lo menos para la masividad, y por algo no se visibiliza a estas familias, no se trata de un hecho inocente mantenerlas en el anonimato.
¿Qué hay que esconder? ¿Cuál y para quién(es) es el riesgo de difundir imágenes, fotos, videos, palabras, testimonios de estos grupos familiares que se fundirían en la aclamada –pero muchas veces no aceptada- diversidad?
Que parejas lésbicas o gays puedan criar a sus hijos no es tomado como un hecho positivo en el imaginario de la gente, pese a los titulares y encuestas a favor que aparecen en los diarios y portales online. También tendrá que ver con las subjetividades de los periodistas, editores y difusores de información, sujetos que no dejan de ser catalizadores de las representaciones sociales de la homoparentalidad y, sobre todo, de las leyes a dictarse que puedan proteger a todos los integrantes de estas familias.
En el mejor de los casos, he escuchado la frase “que dos varones o dos mujeres tengan hijos es preferible a que estos niños estén en la calle o en orfanatos”, tal vez ¿consideraciones que apuntan a evitar un mal mayor?
Si nadie nace sabiendo ser padre, menos aún esto sucede con las familias homoparentales, que no tienen espejos de pares, de modelos positivos para aprender en el recorrido de la crianza de sus hijos/as. La ausencia de modelos distintos a la familia tradicional podría actuar como barrera para los sujetos gays y lesbianas que tienen el proyecto de ser padres/madres.
Leo Bersani en ¿El recto es una tumba?, editado por Edelp en 1999 en Córdoba, dice: “…como Stuart Hall sostiene, una representación es algo distinto de un mero reflejo: “Esto implica el trabajo activo de selección y presentación, de estructuración y configuración: no simplemente la transmisión de un sentido ya existente, sino la labor más activa de hacer que las cosas signifiquen”. La televisión no hace la familia, pero le da cierto sentido a la familia. O sea, ella hace una fuerte distinción entre la familia como unidad biológica y la familia como entidad cultural, y lo hace al enseñarnos los atributos y las actitudes a través de los cuales las personas que pensaban estar ya en el interior de una verdadera familia recién comienzan a sentirse como miembros de una. El gran poder de los medios, y especialmente de la televisión, es, como Watney escribe, “su capacidad de manufacturar la subjetividad misma” e imponer así una forma a la identidad. El “gran público” es a la vez una construcción ideológica y una prescripción moral. Además, la definición de la familia como identidad es, esencialmente, un proceso de exclusión, y el producto cultural no tiene ninguna obligación de coincidir exactamente con su referente natural”.
De tal manera, observar y oír en televisión a autóctonas familias homoparentales posibilitará a los televidentes considerar tangible a ese lazo afectivo, saber que hay una posibilidad real de paternidad por ejemplo para dos varones. También puede encender el deseo de lesbianas y gays de ser padres, darse cuenta que su sueño puede realizarse y a partir de allí decidirse a llevarlo adelante, acto obstaculizado si no se emiten imágenes de una pareja homosexual constituida y duradera en el tiempo con sus hijos.
Si bien sabemos que la diversidad adquirirá su verdadero significado mientras se acepte la diversidad del otro, a dicha diversidad debe conocérsela, vérsela, escuchársela y no obturarla o esconderla.
Para finalizar, creo que no obstante no se refleja en los medios argentinos a compatriotas lesbianas o gays madres o padres, se están llevando a cabo acciones concretas de parte de militantes y algunos políticos que buscan que el hecho vanguardista ocurrido en Uruguay tenga un efecto dominó en nuestra nación y en los demás países latinoamericanos, sobre todo en pos de los derechos del niño a tener una familia y los de los padres a afianzar su deseo de felicidad realizado, cuestiones que se plasmarán en la calidad de vida, en la salud de todos los integrantes de estas familias.