POR ALEJANDRO VIEDMA Algunas impresiones y preguntas sobre la entrada, la permanencia y la salida del clóset. Publicado por agmagazine.info el 01-09-10.
Pese a la reciente aprobación del matrimonio igualitario en la Argentina, muchas personas lesbianas, gay y bisexuales aún siguen dentro del ropero, no hablan sobre su orientación homo o bisexual. Por otro lado, es necesario resaltar que tanto en los pueblos del interior de nuestro país como en los demás países latinoamericanos, para las personas que conforman el colectivo LGBT todo se complica más, sobre todo por la presencia de ciertas peculiaridades que se añaden a cada geografía específica, como ser el poder de la iglesia, la edad mayor, la clase socio-económica baja, las diferencias culturales por género, entre otras cuestiones.
Cada sujeto es arquitecto de su propio armario empotrado, de su guardarropas cerrado que igualmente trasluce cómo está intrincada y ubicada su estantería, porque lo no verbalizado/ble logra traspasar el filtro del tamiz represivo, es decir que a trasluz siempre se deja permear algo de lo que se dificulta poner en palabras.
El sujeto que está absolutamente dentro del placard se encuentra embutido, comprimido. El quedarse dentro del clóset dependerá de cada uno, del tiempo que necesite, de su (in) capacidad de tolerar el sufrimiento.
Además del individuo particular, siempre participan otros obreros de la construcción en este armado que por ende es también grupal, por la introyección del mandato -que viene desde el exterior- de impostar la postura de la orientación homo o bisexual.
La imposición de la impostación de la homo o de la bisexualidad, la orden de no expresar “la verdad” del deseo del sujeto, sigue funcionando con violencia en buena (¡o mala!) parte de la sociedad latinoamericana, porque es violento que el otro irrumpa en el deseo singular de uno. Desde ese lugar, el sujeto podría desaparecer puesto que se intenta arrasar con su subjetividad.
El mensaje que se aplica puede llegar a través de distintas vías, por ejemplo directamente de una madre, un padre, un hermano, o en las escuelas con el bullying (hostigamiento o acoso en las aulas), o de una manera cuasi indirecta pero no menos virulenta, como por ejemplo en interpretaciones subjetivas de pasajes de la Biblia o a través de los medios masivos de comunicación, en donde se desvaloriza lo femenino, se des-informa, haciendo ecuaciones no valederas, como por ejemplo gay=abusador de menores. Ecuaciones que se dan en una continuidad, o sea que no tiene existencia una situación sin la/s otra/s, no son independientes las expresiones de las ecuaciones, están convocadas por variables y atravesamientos diversos.
Entre las formas sugestivas, menos directas, más solapadas existen modos de inducción al cambio por parte de supuestos profesionales de la salud mental, por la homofobia del terapeuta, por lo cual ciertos pacientes no se sienten oídos, entendidos por sus analistas, ¡encima que cuesta tanto enunciar en voz alta la homo o la bisexualidad! En lugar de historizar a esos sujetos, escucharlos, aportarles dignidad, metas que también deberían constituirse en responsabilidad de los terapeutas, se los sigue destinando al sufrimiento. El psicólogo o psiquiatra que considera a la homosexualidad como una enfermedad es un incompetente porque se basa en un planteamiento –que se transformó en su ideología- que ya caducó hace mucho tiempo.
De lo que hay certeza es de ese padecimiento de la gente que está dentro del clóset, que se conecta en soledad con sus propias heridas, dolores de estos damnificados sociales, sobre todo por parte de seres malintencionados (allí operaría algo más del orden del odio que de la ignorancia), dolorosas heridas que se cubren para formar un collar montañoso, un dique de contención frente a otros ataques.
De la siguiente manera entonces resultaría un engranaje, unos caminos con flechas que se retroalimentan constantemente: primero el mandato emerge por la homofobia social, luego se alza el placard subjetivo también por la homofobia internalizada de cada individuo, internalización por no cumplir con el ideal del Otro, que insiste en respetar la prohibición, por lo cual lo desafiado es castigado y luego auto castigado por la culpa y la vergüenza que afloran por no seguir las reglas rígidas de los demás.
Así, la materialización del clóset se da en el vértice justo entre el sujeto y su grupo sociocultural (barrial, provincial, nacional y continental), oscila entre lo personal y lo institucional, entre lo individual y lo colectivo, donde habitan muchos más que dos.
Ahora bien, y con toda la situación descrita precedentemente, es decir, con una importante porción social machista, heterosexista, que todavía intenta fabricar individuos gay, lesbianas, bisexuales y trans enclosetados, imposibilitados de ser abiertamente LGBT, sujetos que se jueguen por sus deseos, es pertinente preguntarse: ¿cómo se hace en América Latina para estar totalmente fuera del ropero? ¿De qué se agarran esos sujetos para atravesar exitosamente el proceso de la salida del armario? ¿Qué ayuda a cada persona a no claudicar en el recorrido de su proceso de asumirse, primero él/ella mismo/a y luego ante los otros? Seguramente también será un logro singular de cada quien, dependiendo de con quién/es cuenta y de qué herramientas personales hace uso para su conquista individual.
Haciendo un salto respecto de la línea que venía escribiendo, también se me ocurre preguntarme… Llevar a que alguien entre en el clóset, ¿es igual o distinto a la frase nefasta que circulaba en la época del proceso militar argentino? En la dictadura funcionaba/corría el “no te metás”, que significaba no inmiscuirse en una situación determinada, confusa, ilegal, complicada, el hacerse el sordo, el ciego, el mudo, no implicarse. Se les decía a nuestros compatriotas: “no hablen, no denuncien”; entonces: “metete en tu casa, en un placard, de lo contrario vas a terminar mal, en una zanja”. Hace ya un tiempo la sociedad argentina está aprendiendo que no debe dar vuelta la cara, y que tiene que tener memoria también con los compañeros LGBT compatriotas, torturados y desaparecidos.
Desde mi posición, anhelo que se deje de esconder bajo la alfombra, ya que las orientaciones sexuales o identidades de género contranormativas no representan una basura, mugre o suciedad. Y además, como decía al principio de este escrito, el ocultamiento total es de por sí un imposible porque hasta por las hendijas o por los tragaluces se cuelan los rayos del deseo y en algún momento las ollas de presión explotan por la libido en ebullición, energía anteriormente sublimada en deportes, carreras exitosas o trabajos full time, modos de tapar por estar so-metido al poder heteronormativo.
Pero, y despidiéndome con ciertos interrogantes para seguir reflexionando: hoy, comenzando setiembre de 2010, ¿cuál es el orden que se intenta preservar diciéndoles a los gays que no lo digan? ¿Sólo se trataría de mantener un orden social/moral/hetero-reproductivo? ¿Qué significación adquiere ese precepto en cada región latinoamericana? ¿Cuáles son los efectos sociales del silencio? ¿Qué es lo que no se quiere/puede oír? ¿Cuáles son los resortes que se mueven por debajo de los mensajes que mutilan los decires? ¿Cómo actúa y qué consecuencias apareja aquel mandato para las personas LGBT? ¿Qué tienen en el norte las personas que censuran? ¿Cuál es en la actualidad la amenaza, el temor que se les presenta a las personas que discriminan? ¿Qué condiciona al otro de la homo o bisexualidad de uno? ¿Dónde están más condicionados los gays, las/los bi y las lesbianas argentinos/as? ¿Por quiénes? ¿Cuándo y por qué se condicionan más las propias lesbianas y/o los propios gays? ¿Qué los a-condiciona?