Todos tenemos un muerto en el clóset

Publicado el 23.01.12 en el blog Boquitas Pintadas, creado por Verónica Dema.

La idea es interrogarnos sobre los “armarios” en los que nos vamos metiendo en nuestras vidas, en general, porque nos da miedo mostrarnos tal cual somos. Daniel tiene 48 años y comparte con Boquitas pintadas un texto que redactó en uno de los encuentros del grupo de reflexión que coordina el lic. Alejandro Viedma en Puerta Abierta.

Como tarea de fin de año la consigna fue escribir unos párrafos que tengan que ver con “otras salidas de clóset”. La propuesta era revelar esas cuestiones que nunca antes habían contado en el grupo, que guardaban (muchas veces como peso) para sí. En la memoria de Daniel, siempre se recuerda jugando como que era “el maestro”, una profesión de esas que “no son para varones” según las pautas culturales, sobre todo hace unos años. Entonces, él optaba por esconderlo.

Los dejo con su relato, retazos de su historia de vida…inconfesada hasta ahora

“Otros armarios”, por Daniel

Bien desde chiquito yo siempre supe qué iba a ser cuando fuera grande. En parte por influencia de un familiar cercano, en parte vayaunoasaberporqué, ya a los cinco años mi destino profesional estaba determinado. Ahora bien, también desde chiquito ¿supe?, ¿percibí? que tal profesión no era lo que hoy denominaríamos “cool”, al menos no para un varoncito.

Recuerdo, por ejemplo y muy bien, un día en que un compañerito del colegio cayó de sorpresa a visitarme. Yo estaba con todos mis muñecos en fila frente a mí, dando rienda suelta a mi futura vocación (en aquellos tiempos no se usaba el “profe” de hoy sino el “señor” y recuerdo que, por ej, cuando pasaba lista a los muñecos, todos me contestaban “Presente, señor” y esas cosas…) y, cuando de lejos lo ví venir, raudamente escondí todo bajo la mesa del comedor – incluyéndome a mí mismo-; no quise salir de allí abajo sino hasta que se había ido. Una interpretación salvaje haría alusión a que como me daba vergüenza que me viesen jugar “al maestro” con el Topo Gigio y otros muñequitos delante de mí, me escabullí dentro del espacio de lo que sería mi primer clóset: debajo de un mueble.
Por cierto, en mi casa nadie jamás intentó frenar mis juegos. No recuerdo tampoco que me hayan “advertido” algo con respecto a mi manera de jugar, pero supongo que algún comentario debe haber habido. En todo caso, no fue algo traumático pero sí algo que desde siempre supe que era información para manejar con cuidado.

Nunca ninguno de mis compañeros de colegio se enteró de mi juego favorito. E incluso más tarde, a la hora de elegir a qué secundario ir, mientras todos intentaban afanosamente entrar al República Francesa, el industrial mejor visto de la zona, yo elegí viajar todos los días de Palermo a Once para ir a “el colegio” que tradicionalmente aglutinaba a aquellos como yo. Recuerdo también que cuando nuestro profe de Lengua de 7mo grado preguntó a qué colegio íbamos a ir, a mí me costó decirlo. Ninguno de mis compañeros, claro, había escuchado hablar de él y por ende ninguno hizo comentario alguno. Pero igual a mí me costaba hacer pública mi elección escolar. Mi profe por supuesto sí lo conocía y un poco se sorprendió cuando lo revelé. Sólo un poco, porque enseguida añadió: “Bueno, sí, tiene sentido, claro.”
En cuanto a mi secundario, también allí tuve otros armarios. No puedo decir para nada que la pasé mal: nunca tuve “mala onda” por parte de mis compañeros, ellos me catalogaron como “traga”, pero, eso sí, un “traga” respetado. Yo no estaba para nada asumido en mi gaytud pero tampoco intenté jamás cubrirme de un manto hétero. El hecho de que casi todos vivíamos en distintas partes de la ciudad también ayudaba, e incluso mi condición de estudioso explicaba de manera satisfactoria que no me gustara el fútbol o que no saliera a buscar minitas al Normal cercano. Sí, ser el traga del curso me hacía zafar…

Pero ese armario estaba, y otro armario estaba en la música. Eran los tiempos del rock progresivo, del rock nacional. Y a mí me gustaba ABBA, a mí me gustaba Olivia Newton-John, a mí me gustaba… gasp… Raffaella Carrá! Así que a mi música la escuchaba en mi casa, o con el único compañero a cuya casa iba seguido. En el colegio, hablaba de Pink Floyd, de Génesis, o sea de las bandas de las que sabía un poquito porque mi hermano sí las escuchaba.
Más tarde, haciendo el servicio militar, con ese compa que visitaba en su casa, nos revelaríamos uno al otro, en aquellos tiempos ninguno estaba asumido; por cierto, en el regimiento donde hice el servicio militar, éramos muchos (¡muchos!) los que gustábamos del mismo sexo, y de todos los rangos, desde coroneles hasta soldados rasos.
Igual, algo despuntaba porque mi carpeta estaba siempre forrada con fotos de chicas: las chicas de ABBA, Olivia, Raffaella, la Mujer Maravilla, la Mujer Biónica, fotos muy apreciadas por mis compañeros… e incluso por alguno de mis profesores varones.
En aquellos tiempos de dictadura, mis carpetas eran consideradas una osadía… Como lo sería hoy en día el salir del clóset en los colegios religiosos en donde dicto clases…
Daniel

Link: http://blogs.lanacion.com.ar/boquitas-pintadas/discriminacion-y-homofobia/todos-tenemos-un-muerto-en-el-closet/

¿Cómo fue contarles a mis amigos que soy gay?

Publicado por Boquitas Pintadas, blog creado por Verónica Dema, el 17-01-12.

Los amigos son ese envión necesario para casi todo en la vida. Cuando la decisión es salir del clóset, son el puntal poco menos que esencial. Así lo vivieron Tito y Nicolás, dos lectores de Boquitas pintadas que comparten su coming out y ponen especial énfasis en la importancia de los amigos que, en ambos casos, acompañaron sus procesos sin juzgarlos.

Me detengo especialmente en el testimonio de Tito, para quienes sus tres mejores amigas son las únicas que conocen su “secreto” porque, pese a reconocerse gay desde hace años, aún no pudo contárselo ni a sus padres, ni a sus compañeros de trabajo. Sin sus amigas estaría solo con su ser en el mundo.

Después de las historias de Tito y Nicolás, dos ex integrantes del grupo de reflexión que coordina el lic. Alejandro Viedma en la organización Puerta Abierta, el psicólogo Adrián Barreiro reflexiona sobre la liberación y el alivio de quien logra salir del clóset, contarle al mundo lo que verdaderamente es, dejar de “vivir a medias”. Y hace hincapié en lo importancia de contar con amigos…el mejor “refugio”.

Las amigas, testigos del gran secreto, por Tito

Cuando decidí por primera vez comentar que soy gay fue a mis mejores amigas de la facultad. Las invité a ir a la casa que tiene mi familia en La Pampa y en el viaje paré al lado de la ruta para decirles, muy nervioso, que les quería contar que a mí me gustaban los chicos y que me costaba mucho la situación por tener padres judíos ortodoxos.

Todas me dieron su apoyo y me dijeron que se habían dado cuenta que venía la mano por ahí, y que si me hacía feliz que le diera para adelante con el tema; después, en el fin de semana que vivimos en la casa de Santa Rosa, hablamos mucho.

Recuerdo que en la previa estuve ansioso y preocupado, intranquilo, pero creo que en el fondo sabía que no me encontraría con un rechazo de ningún tipo, de hecho todas las personas allegadas a las cuales les conté me aceptaron bien, nunca me rechazaron, ni nada por el estilo.

Será que uno elige bien a quién confiarle este “secreto”, porque hoy en día aún no pude hablarlo con nadie de mi familia y, al ser profesor de dibujo y pintura de niños y adolescentes, obviamente no puedo compartir esto en los colegios en donde trabajo.

Ese amor incondicional, por Nicolás

Un fin de semana largo de abril de 2006, nos juntamos a tomar algo con mi mejor amigo, en la casa de mi abuela en Zárate. Estaba algo nervioso porque sabía que era el momento de hablar con alguien sobre mi orientación sexual. Por ese entonces tenía 17 años.

Ya hacía tiempo que había decidido que ese “alguien” fuera mi mejor amigo, a quien había conocido cuando estábamos en 2º grado. Habíamos ido construyendo en el día a día una amistad como pocas. Realmente necesitaba compartir esto que me estaba sucediendo, que no podía seguir negando y que me movilizaba tanto.

Cuando finalmente logré poner en palabras “Soy gay”, él se puso de pie, acercándose a mí con los brazos abiertos para estrecharnos en un fraternal abrazo. Me dijo al oído: “Gracias por confiar en mí. Sabés que te apoyo y siempre voy a estar para que cuentes conmigo”. Palabras que han quedado grabadas en mí.

Creo que ese fue uno de los mejores momentos de mi vida porque sentí cerca mío un amor realmente incondicional, el amor fraterno.


La salida del clóset y los amigos
por el Lic. Adrián Barreiro *

Mucho se habla acerca del salir del clóset o del armario y poco se dice acerca de lo que significa estar dentro de él. Esta expresión tan coloquial remite a una experiencia vital que marca un antes y un después en la vida de algunas personas. Salir del clóset es ni más ni menos que dar a conocer quién un@ es, hacia quién dirige su deseo, a quién ama o con quién se erotiza, todo ello en una integración armónica. Esta salida es algo que no le pasa a las personas heterosexuales, motivo por el cual es una vivencia, se podría decir, privativa de las lesbianas, los gays, los bisexuales y las personas trans.

Estar en el clóset es vivir a medias, una vida en parte real y en parte de ficción, aparente…es tristeza, soledad, negación, engaño, depresión…

Existe, no obstante, una salida del clóset primordial, única, irreversible que es aquella que tiene que ver con uno mismo, la de la habilitación interna, con la aceptación de quién se es, de cómo se ama y de su realidad. Es la realidad de asumirse, de integrarse.

A partir de allí, surge la necesidad de contarlo al mundo, pero también surgen los temores y las ansiedades, ¿me seguirán queriendo?, ¿me aceptarán?, ¿qué va a pasar de ahora en más? Pueden coexistir sentimientos contradictorios, emociones ambivalentes. Pero, sin duda, esa persona estará más liviana y más libre.

Y ahí, en ese primer lugar de libertad, se necesita mucho a los amig@s. A esos otros, esos pares que serán la primera red de contención, de aceptación por fuera de un@, de reconocimiento e incondicionalidad. Son los que harán posible que el secreto pueda circular, se aliviane y que ser quién un@ es ya no sea tan secreto. Ayuda muchísimo tener un primer terreno seguro en donde caminar, ese terreno que brindan los amigos y que prepara para el desafío de avanzar en la salida del clóset para con esas personas primarias significativas, primordiales: las que forman parte de la familia. Y esos amigos serán también el refugio en el caso de destierro, cuando la familia, no apruebe, rechace o expulse. Sin los amigos tal vez habría tanta soledad dentro como fuera del armario.

Sin embargo, sabemos que no se sale del armario de una sola vez. Se sale de a poco, a través de un proceso, y, dependiendo del ámbito social, del contexto histórico, se puede salir parcial o totalmente. Pero hay una salida que es única y es aquella en la que una persona se puede fundir en el abrazo de un amig@, se pueden sostener en la mirada de sus ojos y se pueden mostrar sin temor las lágrimas de pacificación, de liberación y de alegría.

* adrianfbarreiro@hotmail.com

¿Cómo fue para vos contarle a un/a amigo/a? ¿Qué pasó después?

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Mi salida del clóset

Publicado el 2-1-12 en el Blog Boquitas Pintadas, creado por Vero Dema, de lanacion.com. 


Con su medio siglo vivido, Roberto recapitula sobre su andar, su despertar homosexual, lo importante que hubiera sido para él contar con el apoyo de sus padres en momentos clave de su vida.

Contrariamente a esto, recuerda en este relato que comparte con Boquitas pintadas, sus padres no lo comprendían: “Vivían enojados conmigo y yo no sabía porqué”. Es que Roberto, de pequeño, ya enviaba “señales” a sus padres sin siquiera registrarlo. Eso ya los enojaba.

Luego de conocer el testimonio de salida del clóset de uno de los varones gay que asisten semanalmente al grupo de reflexión que coordina el lic. Alejandro Viedma en la organización Puerta Abierta, el especialista reflexiona sobre por qué los miembros de la comunidad de lesbianas, gays, bisexuales y trans (LGBT) sufren más que cualquier otra minoría. Allí, la falta de contención familiar es central.

Mi salida del clóset,
por Roberto

Desde muy chico mi familia comenzó a percibir mis “señales” homosexuales sin que yo mismo lo supiera; ellos recibían estas señales sin yo siquiera saber lo que era ser homosexual, es más, no tenía deseo o atracción alguna por otro hombre o simplemente no me daba cuenta. Esto provocaba discusiones con ellos, vivían enojados conmigo y yo no sabía porqué. En ningún momento me decían exactamente lo que pasaba, pero cualquier cosa provocaba un problema.

Cuando vine a vivir a Buenos Aires (soy uruguayo), directamente fui a trabajar a la empresa de mi familia. Durante 2 o 3 años casi no tuve contacto social con personas fuera del círculo familiar. En esa época (año 1974) mis padres alquilaron un departamento en Av. Santa Fe y Agüero, plena pasarela gay y ahí, de a poco fui tomando conciencia de que me gustaban los hombres. Esto me trajo un dolor tremendo e insoportable.

La familia además tenía un departamento que daba en alquiler a un psicólogo, él venía todos los meses a pagar la mensualidad a la empresa y yo ahí lo conocí y tenía sus datos. Cuando descubro mi sexualidad y el dolor que me causaba, no tenía amigos a quién recurrir, no tenía con quién hablar, sólo tenía mi familia que me censuraba, por lo cual la única alternativa que ví fue llamar a este psicólogo. Lo llamé llorando, le pedí una consulta y así fue como empecé mi primera terapia.

Lo que recuerdo de esa entrevista fue que le dije que me atraían los hombres, que no quería ser homosexual y a partir de ahí lloré, lloré y seguí llorando durante varias sesiones. Recuerdo que me senté en un ángulo del sofá en posición fetal y lloraba diciendo: “No quiero ser homosexual”, directamente ni siquiera podía pronunciar PUTO.

A todo esto, el psicólogo me dijo: “No pienses todavía en lo que no querés ser, te voy a ayudar a salir de esta angustia que tenés y luego tranquilo vas a pensarlo”. Por supuesto que lo pensé y decidí vivir mi vida como correspondía.

Sin embargo, a la primera persona sacando al terapeuta que le dije que era homosexual fue a mi hermano (11 años mayor que yo), le conté que hacía terapia (era el primer integrante de la familia que iba al psicólogo), y que era homosexual (también el primero de la familia y hasta ahora el único, al menos fuera del clóset); a lo que mi hermano me dijo: “Haceme el favor, andá al médico y que te de una pastilla”, y yo le contesté: “¡¿Por qué no te vas a cagar?!”. Nunca más hablamos del tema, porque ya no era un problema para mí.

Roberto


Foto: Alejandro Viedma
Por qué los gays sufren más que cualquier minoría

El apoyo o el rechazo que reciba de sus familiares y/o amigos directos una persona LGBT al momento de salir del armario tendrá consecuencias en el resto de su vida. Si una persona es rechazada o censurada y se instala el “de eso no se habla” en el hogar familiar, irá creciendo con una autoestima baja por haber internalizado la vergüenza y los prejuicios acerca de lo que es ser homosexual.

Es clave que al momento de salir del placard esa persona por lo menos cuente con alguien cercano de su confianza con quien pueda sentirse contenido y no expulsado o violentado, como aún sucede en muchas familias, sobre todo con las personas trans. Es fundamental que la persona se sienta alojada para no sufrir y así poder quererse.

Lo específico en las familias de sujetos LGBT, a diferencia de lo que pasa con otras “minorías”, es que en estas últimas hay contención hacia sus hijos, se los defiende porque los padres también pertenecen al mismo grupo discriminado, por ejemplo, como los judíos, los pueblos originarios, los de países limítrofes, los afrodescendientes, etc. En cambio, en la mayoría de los casos en donde crecen lesbianas, gays y trans se niega, se silencia, se desmiente y eso construye un núcleo que deja marcas cuando esa persona luego se desempeña en lo social, ya que posteriormente llegan los establecimientos educativos y laborales y el rechazo se actualiza, lo que conlleva nuevos temores y armarios que muchas veces desembocan en estrés y angustia, signos que podrían agravarse con una fuerte depresión.


¿Cómo te fue con tus padres? ¿Querés compartir tu historia?
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