Buscarle la vuelta para sentirse menos solo sin renunciar a sus principios, conservando la osadía de ser. Esa parece ser la búsqueda de la que habla Martín Dutelli, un frecuente colaborador de Boquitas pintadas que, tras asumir su homosexualidad, pasó por distintos estados, pero la soledad era una constante.
“Sentía que vivía en un gueto en el que éramos discriminados por nosotros mismos”, dice en un momento de un escrito en el que reflexiona sobre lo salvadores que resultaron en su vida los grupos de pertenencia que integró. “Cada vez me alejaba más del colectivo gay, me quedaba más solo para ver si podía reflexionar, pero eso no era suficiente si lo hacía solo, necesitaba el encuentro con otros pares que me ayudaran a pensar y reflexionar en grupo”.
Los dejo con esta vivencia, que es única pero quizá también se parezca a la de muchas personas.
La importancia de los grupos (de pertenencia)
Por Martín Dutelli
Me acuerdo que yo buscaba algún indicio entre las calles, alguna señal que me dijera por dónde ir, como marcándome el camino. Observaba a la gente y miraba a las personas que me miraban.
La intención de la mirada del otro, aquella invitación de la otra mirada y viceversa, a jugar a los juegos prohibidos; buscaba los sótanos que nos habitaban. Los claustros solitarios en los que padecíamos la adolescencia y la primera juventud de ser gays en aquellas épocas turbias, sin animarme aún a entrar a los lugares “extravagantes”, donde se sabía lo innombrable. La búsqueda era tan frenética y tan necesaria que recorría, además de calles, revistas clandestinas, mapas escondidos, avisos. Y así me iba enterando de los espacios que nos podrían alojar. Y aprendí a habitar desde el des-cubrirme.
Así fue que me acerqué a un grupo de jóvenes de una organización homosexual que me recomendaron. Nos juntábamos para charlar y para salir, para conocernos. Fue mi primer grupo de reflexión. Después, me sumé a otro, un lugar socializador y cálido como para relajarse. Entonces me dí cuenta que para empezar a entendernos entre nosotros, el mundo había parido los grupos de reflexión gay y otros grupos de pertenencia. Pero ya en ese momento, en los ’90, los grupos de reflexión eran de gran ayuda. Aprendíamos más de nosotros mismos y de los otros.
Si bien hay todo tipo de grupos, más allá de las especificidades de cada uno, quiero destacar estos espacios de intercambios a través de pensarnos y de hablar ya que he ido a varios y me sirvieron mucho. No son grupos específicamente terapéuticos, pero en el fondo no dejan de serlo.
Recuerdo hace años haberle dicho a mi psicóloga que me sentía en un mundo patético, donde la gente gay era superficial, histérica y patética. Siempre me encontraba yo señalando al otro con el dedo acusador, pero esto no era consciente en mí. Con el tiempo me dí cuenta que estos adjetivos eran parte de mi persona, de mi personalidad. Y también comprendí que uno puede ser superficial y profundo a la vez y que también se puede revertir el asunto, y no dejar de ser un buen ser humano. De todos modos, internamente sentía que algo aún no me satisfacía del todo.
Sentía que vivía en un gueto en el que éramos discriminados por nosotros mismos. Nos tratábamos con indiferencia. Cada vez me alejaba más del colectivo gay, me quedaba más solo para ver si podía reflexionar, pero eso no era suficiente si lo hacía solo, necesitaba el encuentro con otros pares que me ayudaran a pensar y reflexionar en grupo. Simplemente eso y que esos pensamientos nos enriquecieran cambiando la esfera en la cual había caído.
Fue en ese momento en que decidí tomar las riendas y buscar otro apoyo. Tratar de hallar una red de pertenencia en la que se me entendiera y, por otro lado, poder deshacerme de los prejuicios y preconceptos que aún me gobernaban. Porque si había algo de lo que no tenía dudas, era que todas esas ideas que se me habían formado en la cabeza, eran simplemente eso, ideas repetitivas que no se acercaban mucho a la realidad. Ideas que se fueron formando en mí, debido a los diálogos con los pares, o “impares” para mí, hasta ese tiempo.
Afortunadamente llegué a Puerta Abierta. Ahí fui bien recibido. El coordinador del grupo de reflexión para varones gay nos protegía y nos daba la libertad de mostrarnos, exponer nuestras formas. Ahí crecí mucho, me sentí querido por mis compañeros y por el moderador, el lic. Alejandro Viedma. Yo me sentía cuidado.
En todos los encuentros se traían nuevas formas de hacernos pensar. Siempre teníamos consignas para desarrollar. En el grupo cambiamos, crecimos, amamos, “amigamos”, nos reconocimos con mucho valor y veracidad. Yo por lo menos pude liberarme de las ideas de antaño. Y así emergió esta sensación de permitirme estar en paz con mi sexualidad que ahora puedo vivir libremente, gracias a poder reestructurar mi mente.
En esto tuvieron mucho que ver los participantes del grupo y el coordinador. Las charlas, los debates, me hacían pensar que algo estaba cambiando en mi mundo. Y cambió de raíz. Ya las personas que conocía eran más auténticas y logré hacer un buen grupo de amigos que, a esta altura, somos como familia. Por fin la palabra patético desaparecía de mi vocabulario para dar lugar a palabras más amorosas y compartidas.
Este espacio tiene una dinámica especial, yo he aprendido mucho ahí, y sigo aprendiendo. Creo que la clave es el amor que le ponemos todos los participantes. Pero fundamental una buena coordinación, siempre desde la contención, el cariño y también la puesta de límites. Por todo ello hago público mi agradecimiento a Alejandro.
Podría nombrar miles de cosas que he aprendido en el grupo: por ejemplo, aprendí a entender porqué somos como somos, aprendí desde la búsqueda y el descubrimiento de mi identidad; aprendí, también, a ser menos mediocre y a comprender que no todo pasaba por la superficie; aprendí a dejar de ser el centro para dar lugar al otro; aprendí a darme cuenta de que lo que me pasa a mí, no me pasa a mí solo; y aprendí, también, a aceptarme cada día un poco más, con amor y sin dejar de hacerme cargo de mis responsabilidades como sujeto deseante, sexuado y viviente.
Martín