Publicado el por Verónica Dema para Boquitas Pintadas de lanacion online
“Yo no me etiqueto. Puedo estar tanto con un hombre como con una mujer: no me enamoro de los genitales sino de la persona”. “Estoy mal porque no sé qué soy, necesito definirme para un lado o para el otro”. “El que dice que es bisexual en realidad es un gay no asumido del todo”.
Frases como éstas, reflejo de lo que se escucha en algunas sesiones de terapia, invitan a conversar sobre quienes alternan sus prácticas sexuales y afectivas homosexuales con las heterosexuales. Son personas llamadas bisexuales, es decir, que tienen relaciones emocionales y/o sexuales tanto con personas de su mismo sexo como con otras del sexo opuesto.
Para el austríaco Sigmund Freud hay una bisexualidad innata en los seres humanos, un rasgo psíquico inconsciente propio de toda subjetividad: venimos al mundo con disposiciones sexuales tanto masculinas como femeninas. Así, cualquier persona tiene la capacidad de involucrarse sexo-afectivamente con otra, más allá de su sexo o género.
La mayor visibilidad en los últimos años de las distintas sexualidades da cuenta de la diversidad que hemos sabido construir. Entonces, lo que antes operaba como fantasía o como algo experimentado esporádicamente o en la clandestinidad, hoy se concreta con menos temores, vergüenza y sin traumas.
“Segunda Parada de la Igualdad” en Asunción, Paraguay, 2011; Foto: Alejandro Viedma
No hay nada nuevo bajo el sol. El Banquete de Platón (diálogo que versa sobre el amor, compuesto hacia el año 380 a. C.) ya era un verdadero “mapa sexual humano” y, por otro lado, el padre del psicoanálisis en toda su obra también acogió lo diverso iluminándolo desde la infancia humana, especialmente a partir de Tres Ensayos sobre teoría sexual (1905).
En este post, el psicoanalista Alejandro Viedma, a partir de la experiencia clínica, desarrolla su mirada sobre la bisexualidad. “Hay muchas personas que se dan permiso de probar estar con alguien de su mismo sexo luego de una vida “hétero”, o viceversa, gente que en el pasado sólo tuvo relaciones homosexuales y después de décadas se enamora de alguien del sexo contrario. Me parece adecuado que el propio sujeto descubra, construya, experimente su sexualidad, sexualidad que en ningún caso es del todo fija o lineal”, sostiene.
“Yo no me etiqueto”, me comentaba en una de sus sesiones un ex paciente al que llamaré Matías, y cuando le pregunté a qué se refería con eso, se explayó un poco más: “Puedo estar tanto con un hombre como con una mujer, yo no me enamoro de los genitales sino de la persona”.
Por otra parte, ¿por qué angustia la falta de etiquetas? Otro paciente me decía: “Estoy mal porque no sé qué soy, necesito definirme para un lado o para el otro”. También la angustia y los miedos pueden emerger desde la pareja de una persona bisexual, por ej., ese mismo paciente refirió: “Además pongo mal a mi novia porque le conté que sentía atracción también por algunos hombres y me dijo: ¿Y ahora cómo querés que me quede, si en cualquier momento me metés los cuernos con tipos?…”.
Etiquetas que, más que cerrar, abren interrogantes: ¿Alcanza mencionar un tipo de orientación sexual para definir a un ser humano? ¿Nominarse como hetero, gay, bisexual o trans abarca la totalidad de la sexualidad de un sujeto? ¿Hasta dónde limita o alivia rotularse con una preferencia sexual en particular?
¿Los bisexuales rompen con la tiranía de tener que sí o sí asumir una condición homo o heterosexual? Decirse bisexual: ¿Unifica a los bisexuales dentro del colectivo LGTB (lésbico-gay-trans-bisexual) o los segrega? ¿Es ese rasgo de nominarse bisexual (u otro modo de goce, al decir de Lacan) parte de un discurso entre pares para segregarse o segregar? Incluso también hay prejuicios internalizados dentro de la comunidad LGTB, ya que es común escuchar: “El que dice que es bisexual en realidad es un gay no asumido del todo”… ¿Es ese el motivo por el cual los y las bisexuales quedaron relegados en la visibilización del colectivo LGTB?
Hay tantos casos como personas, tanta diversidad incluso dentro de los y las bisexuales, lo que podría reflejarse modificando el singular por el plural y referirse a “las bisexualidades”.
Claudia es otra de las pacientes que me llamó para iniciar una terapia. Al momento de la consulta tenía 48 años, estaba en proceso de divorcio con su ex esposo, tenía dos hijos. Sufría de ansiedad: “Me pone muy ansiosa lo que vendrá, cuando mis más allegados se enteren que estoy con otra mujer… Más que nada me cuesta abrirme con los que me conocieron con una vida armada muy tradicional: marido, hijos y ahora un nietito en camino… No puedo contarles”.
Hay muchas personas que se dan permiso de probar estar con alguien de su mismo sexo luego de una “vida hétero” o viceversa, gente que en el pasado sólo tuvo relaciones homosexuales y después de décadas se enamora de alguien del sexo contrario. En ese sentido (si alguien se anima a concretar con otro de su mismo sexo luego de vivir una “vida heterosexual”) no creo ajustado concluir que es gay o toda la vida lo fue o que antes era hetero y ahora bisexual, o lo que fuese, más bien me parece adecuado que el propio sujeto descubra, construya, experimente su sexualidad, sexualidad que en ningún caso es del todo fija o lineal. Y sólo esa persona revisará y sabrá por qué le cuesta tanto asumir el rótulo de gay, o si le es menos o más conflictivo asumirse como bi. En todo caso, mi rol será escucharlo, contenerlo y acompañarlo en ese proceso.
Desde mi posición de terapeuta, no segrego a un paciente que se presente con una identificación singular, sea cual fuere, con una elección SIEMPRE inconsciente y enigmática, puesto que esa singularidad se corresponde con su deseo, y no con una orientación sexual enfermiza per se. Soy inclusivo también con los que padecen porque aún no pueden salir del clóset en todos sus ámbitos.
Yo escucho lo que el analizante despliega, lo que dice que siente o su malestar o bienestar, qué dice cuando expresa que es homo, hetero o bisexual, de igual manera con la identidad de género trans, cómo se presenta el sujeto, cómo se autopercibe, independientemente del sexo que le asignaron al nacer. Y al mismo tiempo estoy atento para no cristalizarme en esa solapa –sobre todo cuando es inamovible, contundente- que transmite el/la paciente, en una etiqueta o un rótulo que funciona a modo categorial.
Cada año hay más casilleros, más sujetos diferenciados en letras: LGTTBIQH… La letra I refiere a los intersexuales y la Q a los queer, yo agrego la H para mencionar también a los heterosexuales dentro de las diversidades sexuales. Pero todxs comparten algo: el SER. Y la capacidad de AMAR.