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El baño de los colegios, ¿lugar ideal para el bullying homofóbico?
Publicado el por Verónica Dema para Boquitas Pintadas, blog de lanacion online
Los baños, para muchos gays, son lugares que les remiten a placer o a los tiempos de resistencia al placer sexual cuando ser homosexual era reprimido en la Argentina. Esta es una historia distinta a aquellas. Para Luca, que hoy tiene 38 años y es un ex integrante del grupo de reflexión para varones gay que coordina el lic. Alejandro Viedma en la organización Puerta Abierta, el baño es sinónimo de padecimiento. Hoy comparte su historia: cuenta que cuando era adolescente no quería ir al baño de su colegio en los recreos por miedo a que “se notara” su homosexualidad y que esa fuera razón para que lo agredieran. Así llegó a pasar todo su colegio secundario sin ir nunca al baño en un recreo.
No es la primera vez que tocamos este tema. Les dejo un link con la historia que hace ya un par de años compartió Juane. “No podía entrar al baño de colegio porque me gritaban puto”. De este modo, podríamos preguntarnos: ¿El baño de los colegios es el lugar ideal para el bullying homofóbico?
“Durante todo el secundario evité ir al baño en el recreo”
Por Luca
Éste bien podría ser un cuento triste porque habla de violencia o de lo que hoy se conoce como bullying o acoso escolar, pero prefiero reconocer que lo que les contaré está basado en mi historia verídica, una novela real de impotencia, miedos, dolor y algo de vergüenza, o tanta que ni siquiera pude animarme a compartirla en el grupo de pares de Alejandro, tal vez porque necesité un tiempo más de elaboración y hoy me siento preparado para sacarla a la luz aunque no exponga mi verdadero nombre. Además, creo que seguramente otros se verán reflejados en lo que viví.
Durante todo el secundario evité ir al baño en el recreo, así que me aguantaba de hacer pis todo lo que podía o, si tenía alguna urgencia, le pedía al profesor de turno que me dejara ir en el horario de la clase.
Pensándolo ahora, el baño era (¿o sigue siendo?) hace veintipico de años para los varones adolescentes, el lugar en donde aflora el sexo: se lo muestra, se comparan los miembros en los mingitorios, se habla más abiertamente sobre todo acerca de los debuts sexuales o de las ganas de “comerse a tal minita”, se transgreden límites como el fumar, entre otras cosas, y se exacerba la masculinidad. A la vez es un lugar complicado para los gays o los sospechados de serlo, como también lo es el vestuario de los clubes o donde te hayan asignado para ir a hacer Educación Física, bah, a jugar al fútbol, o al menos esa era la única opción para los varones que hemos transcurrido el Industrial a principios de los ‘90. Son lugares en donde más vulnerados, desprotegidos y desnudos están, literalmente, o hemos estado los homosexuales.
Recuerdo que algunos compañeros se bañaban luego de hacer gimnasia porque no volvían a su casa antes de entrar nuevamente al cole cuando teníamos doble turno. Así como los demás eso lo toman como algo natural sé que muchos gays ponen alguna excusa para que no llegue ese momento. Lejos de ratonearme con esas situaciones, a mí me ponían muy incómodo, me esforzaba en que no se notara mi homosexualidad o que no me gasten o agredan por alguna miradita que se me escapase.
¿Por qué trataba de evitar situaciones de desnudez propia o ajena en vestuarios o baños? ¿Por pudor? ¿Por no identificarme o no encajar con los rituales comunes de los machos? ¿Para que no tengan un motivo para cuestionar mi virilidad? ¿Para no tener que aguantar los chistes homofóbicos y fáciles como por ejemplo “vos tenés ganas de que se te caiga el jabón”?
Así como los baños son terreno fértil para escribir anónimamente lo que no se dice de frente y se deja constancia de eso en forma de graffitis o dibujos obscenos, también los lugares en donde se hace Educación Física son menos vigilados que las aulas o los patios de los establecimientos escolares, será porque en esa materia lo físico, el cuerpo, los cuerpos están en juego: para jugar a la pelota o para que los machos te caguen a patadas, jugándote y juzgándote, para que te hagas macho. Allí el panóptico no es tan eficaz y entonces el hostigamiento escolar se presenta más cruelmente, sádicamente diría.
A veces no hay golpes pero me parece que el daño psicológico no es menor por los bardeos, por los comentarios denigratorios que te dejan heridas psíquicas, más que nada porque son como el pájaro carpintero que te quema el cerebro o como la gota de agua que si cae arriba de una roca por años, termina agujereándola, quebrándola. Son persistentemente molestos y atentan contra tu autoestima.
Hablando de imágenes o frases que sin firma transmitían agresión, y quizá refiriéndome a una violencia más invisible para todos, un día fui al baño antes de entrar al aula y ví en una pared algo que me hizo mucho daño. Dos compañeros míos y sus cómplices habían pegado fotos pornos de tipos con sus penes erectos con una dedicatoria para mí que decía “Rodríguez se la come”. En aquel momento despegué esas imágenes, las hice un bollo y borré lo escrito, lejos de comunicar lo sucedido en la dirección o sala de preceptores. No quería mandarlos al frente y menos aún verme más expuesto, me daba bastante vergüenza que las autoridades escolares supiesen lo que mis compañeros pensaban de mí.
En verdad pasé mis peores años en mi adolescencia, hubo varios episodios explícitos de bullying pero eso, si me animo, será para otro capítulo… Lo que sigue teniendo resonancia en mí es no poder comprender cómo se puede sentir placer en lastimar, dañar o hacer doler a un compañero, a alguien que es señalado como distinto, a quien se lo cataloga como diferente, tal vez por ser desestabilizador del orden heterosexista.
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Cómo hablar de dinero con el psicólogo
Muchos pacientes no se animan a discutir el precio de la sesión; otros ni siquiera referirse al tema; además, terapeutas explican cómo cotizan su trabajo; psicoanálisis, dinero y sexo.
Escribió Sigmud Freud en La iniciación del tratamiento , en 1913. "El hombre civilizado actual observa en las cuestiones de dinero la misma conducta que en las cuestiones sexuales, procediendo con igual doblez, el mismo falso pudor y la misma hipocresía".
Los pacientes también dicen lo suyo: que algunos terapeutas son demasiado inflexibles con sus honorarios, que se angustian por no poder decirles que les cuesta pagar, que temen que si hablan de sus mejoras salariales eso se traslade al precio de la consulta, que piden ir cada quince días para que no repercuta con tanta fuerza en el salario, que con la excusa de la inflación algunos actualizan sus honorarios con demasiada frecuencia.
El tema del dinero está instalado en los consultorios, en eso coinciden tanto los analistas como los pacientes que conversan con LA NACION .
Natalia, empleada, de 29 años, a principio de este año empezó terapia con una nueva psicóloga. Cuando supo que cobraba 250 pesos por sesión respondió que le parecía alto, pero que haría lo posible por pagar. Pasaron tres meses y se dio cuenta de que hacía un "esfuerzo muy grande". "Lo que me ayudaba por un lado me lo quitaba por el otro porque terminaba el 20 angustiada pensando en cómo llegar a fin de mes. Creo que eso también hace a la salud mental de uno, por eso me parecía que tenía que plantearlo", dice. Y así lo hizo: "Me respondió: 'Bueno, entonces pediles plata a tus padres'. Huí despavorida". Con casi 30 años y una vida independiente le parecía retroceder cinco escalones. "Es un espacio recontra válido y entiendo que le pongan un valor elevado que a uno le cueste, que lo valore mucho. Pero si ya te trae angustia no da".
El psicoanalista Alejandro Viedma cita a Freud para explicar que el dinero es una de las variables que entran en juego en el encuadre psicoanalítico. "Se relaciona con lo pulsional, lo libidinal", dice. "Esto quiere decir que en un análisis hay articulación entre los aspectos sexuales que participan allí y el dinero y es necesario que el terapeuta analice los factores psíquicos presentes en el analizante por este tema; por ejemplo, el pago de las sesiones y cómo opera eso dentro y fuera del consultorio". Para él, el dinero es un dato de cómo se conecta esa persona con este objeto de intercambio, qué función cumple, qué significa para él en su cotidianidad, en su forma de vincularse con los demás, sus manejos, etc.
Reconoce que, a veces, los honorarios forman parte de los puntos incómodos de abordar en la terapia. "Hay pacientes que no quieren pagar mucho, o regatean los honorarios, otros que toman su terapia como una inversión en su salud, como un lugar que merece tener un costo por tratarse de un espacio de bienestar, importante en su vida, uno de los pocos momentos para ellos solos y por ende lo valoran pagando sin chistar".
Juan trabaja en una empresa como jefe de área. Cuenta que cada vez que tiene que pagar terapia se olvida de cuánto es. "Yo ya sé que a mediados de año mi psicóloga me aumenta. Me lo dijo de entrada. Es alrededor del 20%. Pero del último aumento no logro retener cuánto es por sesión y cada vez que le tengo que pagar tengo que hacer la cuenta para no pagarle de menos", dice. Le da gracia su olvido.
Paga 270 por sesión y va dos veces por semana. "Prefiero pagar todo el mes por adelantado porque antes cuando pagaba por sesión me olvidaba de llevar plata, a veces le pagaba cada quince días. Era un lío", relata. Siente que no es caro en función de lo que cree que le da ese espacio a cambio. Pero aclara que es un "gasto" que le significa bastante en su presupuesto. "Sobre mis manejos de dinero, en general, me dice que soy pijotero. Por ejemplo, si le digo que no sé si ir a tenis por la plata me dice que vaya, que la voy a tener, que aprenda a disfrutar, a soltarla más", cuenta.
La psicoanalista Eva Rotenberg reconoce que en el vínculo terapéutico se da una relación "surrealista", en el que el encuadre es fundamental. Dentro del encuadre está el dinero. "Algunos pacientes solos te dicen: '¿Usted no tendría que aumentar por la inflación?', otros se ofenden porque sienten que te estás aprovechando de la necesidad que tienen del analista, como si uno quisiera cobrarles el oxígeno. Se establece un vínculo muy especial porque lo estás ayudando a vivir, a que pueda superar inhibiciones y conflictos que no les permite vivir, trabajar, casarse".
- ¿El tacaño lo es también en sentimientos?
- Es retentivo, sádico, narcisista ya que sólo piensa en él. Hablo de los que pueden pagar y hacen un tema porque creen que el terapeuta los tiene que amar como su mamá y no les tiene que cobrar. Pretenderían un vínculo afectivo donde no medie el dinero.
- ¿Hay pacientes que piden descuento o ir cada 15 días?
- Solamente una persona me pidió venir cada 15 días y como está en la etapa final y está muy bien estuve de acuerdo. Pero si se guía por una cuestión de dinero y yo veo que la persona está mal interrumpo el tratamiento porque el terapeuta es el responsable.
Juan Manuel tiene un sueldo de ejecutivo. Le paga 250 pesos a su terapeuta y no se anima a hablar ni una palabra de dinero por miedo a que eso le impacte en la sesión. "Si le cuento que me compré una Playstation, que vale lo mismo que ocho sesiones de terapia, seguro que me aumenta", dice, se ríe. Reconoce que no tendría razones para perseguirse de ese modo, pero es más fuerte que él.
Consultada por estos temores, la psicoanalista Rotenberg responde: "Si el terapeuta aumenta por un comentario del dinero que gana un paciente, hay una patología del terapeuta. Porque yo he ayudado a crecer a un montón de personas, a que puedan comprarse vivienda, progresar, ser autónomos". Para despejar dudas, se explaya: "Atiendo un nivel de gente que sé que gana muchísimo más que yo. Eso sería la envidia del terapeuta o cobrarle por la cara. Yo cobro según mi formación lo que creo que es justo y me corresponde".
Gisela cuenta que tuvo "problemas financieros" en el último mes. Para su sueldo de 6000 pesos cualquier gasto extra desequilibra su presupuesto. "No sabía cómo decirle que por esta última semana prefería no ir porque hacía varios días que estaba contando los pesos. Y me pasa siempre que voy decidida a decirle de probar cada 15 días, pero no sé cómo decírselo. En la sesión hablo de los problemas financieros, pero queda ahí", dice. "Al final opté la última vez por cancelarle 48 horas antes. Lo hice para esquivar la sesión". Y agrega: "Yo la adoro, confío un montón, pero con la plata...Lo mismo que cuando le planteás lo del alta. Me deja bastante mal no poder decirle de frente lo que me pasa".
La psicoanalista Leonor Suárez, que trabaja de modo particular y también en el Centro de Salud Mental N°3 Arturo Ameghino, explica: "Se podría decir que donde hay dinero no se paga con padecimiento. A veces, andamos por la vida con un malestar y eso nos lleva un día a decir: 'Quiero que alguien me escuche porque no puedo más con esto; sufro hace años y no lo puedo cambiar'. Pagar con dinero sería: a ese equivalente que está en moneda no lo llevás como una carga vos".
- ¿Cómo se traslada esto a una institución pública?
- Allí está el tema de la gratuidad. Hay algo para aclarar: el acceso es gratuito pero eso no quiere decir que no le cueste nada al paciente. Porque en ese caso dinero y pago no son la misma cosa. La gratuidad es un derecho cuando alguien va a una institución pública, pero tiene un costo subjetivo al realizar un tratamiento. Se paga, decimos nosotros, con palabras.
Su colega, la psicoanalista Andrea Aghazarian comenta que, si bien maneja una franja de valor para su tarifa, es flexible en el monto y en la forma de pago. "Hay pacientes para los cuales es importante que alguien les de crédito a su palabra y puedan endeudarse y otros que deben entender que con el dinero no alcanza, por más de que puedan pagar", ejemplifica.
Aghazarian agrega: "Cuando nos ausentamos nosotros por distintos motivos no cobramos. Cuando un paciente se ausenta sin aviso paga la sesión porque es algo que está pautado de este modo porque ese horario ya está destinado para él, nadie lo usa en su ausencia. Es importante que el paciente considere al otro en un vínculo analítico, sus espacios, su tiempo, el del otro, el tiempo compartido, su capacidad de previsión, todo lo que le pase allí es lo que seguramente le pasa con el resto de sus vínculos".
Los analistas consultados coinciden en un listado de obligaciones a cubrir con lo que cobran por su trabajo: no tienen licencias por enfermedad, por embarazos, ni vacaciones pagas, pero sí tienen a cargo todo ese tiempo la responsabilidad del paciente, incluso, a veces, con un dispositivo alternativo para los pacientes de riesgo. Agregan, también, su propio análisis, las supervisiones pagas, la capacitación permanente. Y cuestionan: lo que ocurre es que la terapia está considerada dentro de nuestro sistema de salud como un lujo o un exceso.
Virginia da fe de que la terapia es un lujo en la Argentina. "Me cobraba 400 pesos por sesión. Dicen que lo que uno paga está en proporción con lo que está dispuesto a dar en ese espacio. O de eso nos convencieron los psicólogos", comenta. "A mí me costaba plantearlo cuanto más cerca estaba de él, cuando más unida afectivamente me sentía". Sin ánimo para negociar, tuvo que suspender su tratamiento de años.
(*) Por pedido de los consultados, algunos nombres de pacientes fueron cambiados
La iniciación del tratamiento (Sigmund Freud, 1913)
- Otra de las cuestiones que deben ser resueltas al iniciar un tratamiento es la referente al dinero (.). El analista no niega que el dinero debe ser considerado en primera línea como medio para la conservación individual y la adquisición de poderío, pero afirma, además, que en valoración participan poderosos factores sexuales. En apoyo de esta afirmación puede alegar que el hombre civilizado actual observa en las cuestiones de dinero la misma conducta que en las cuestiones sexuales, procediendo con igual doblez, el mismo falso pudor y la misma hipocresía. Por su parte, el analista no está dispuesto a incurrir en iguales vicios, sino a tratar ante el paciente las cuestiones de dinero con la misma sinceridad natural que quiere inculcarle en cuanto a los hechos de la vida sexual, y de este modo le demostrará ya desde un principio haber renunciado él mismo a un falso pudor, comunicándole espontáneamente en cuánto estima su tiempo y su trabajo.
- Por otro lado, es bien sabido que la baratura de un tratamiento no contribuye en modo alguno a hacerlo más estimable a los enfermos.
- (.)el psicoanalista puede equipararse al cirujano, que también es sincero y exigente en estas cuestiones, porque posee, realmente, medios eficaces de curación. A mi juicio, es indudablemente más digno y más moral declarar con toda franqueza nuestras necesidades y nuestras aspiraciones reales.
- El tratamiento gratuito intensifica enormemente algunas de las resistencias del neurótico.
Links permanentes: http://www.lanacion.com.ar/1695661-como-hablar-de-dinero-con-el-psicologo
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