Los padres en su placard


Por: lic. Alejandro Viedma

¿Qué les sucede a los padres luego de que, ante ellos, su hija se asume lesbiana o su hijo gay? ¿Cuáles son las reacciones más frecuentes en esa transición, en ese pasaje desde esa “confesión” al oído y registro de los padres? ¿La entrada, permanencia y salida del clóset adquieren la misma modalidad en los hijos que en los padres? ¿Qué diferencias y semejanzas presentan tales procesos para dichas personas? Estos son algunos de los interrogantes –con intentos singulares de respuestas- que me he planteado tratar de recorrer en esta columna.

Vale aclarar que mis reflexiones son resultado de mi experiencia como profesional de la salud mental. Mi función siempre apunta al caso por caso (por eso los psicoanalistas no nos llevamos del todo bien con las estadísticas), a cada sujeto, a cada familia, no obstante, este seguimiento también rescata generalizaciones de cuestiones comunes, afines volcadas en los discursos de las personas y en las situaciones a describirse.

Abro mi ropero y te lo traspaso a vos, ¿para que lo cierres y te encierres en él?

Lo que deben atravesar lesbianas y gays cuando se asumen públicamente, después se reproduce, se repite en sus padres. Es por ello que también se dice que el coming out of the closet es un proceso continuo y no de una vez y para siempre.

Tengo la idea de que cuando un/a hijo/a está saliendo del placard, su madre y/o su padre está(n) entrando a otro.

Como metáfora de esta situación, me viene la imagen de cuando se viaja en tren o en subte y se arriba a la terminal del medio de transporte utilizado: como si los hijos fueran esas personas que están tratando de evacuar el vagón y se les dificulta porque hay muchas personas que están intentando entrar a ese espacio, como si esas personas fuesen sus padres. Se desatan empujones, una suerte de fuerzas que chocan, fuerzas encontradas que hacen engorroso a un espectador tercero ver quién se va, quién ingresa, qué sucede en ese momento, en esa escena que contiene pasos hacia adelante, hacia atrás, hacia los costados.

Los clósets en estos casos se traspasan de hijos a padres, como si se diera una herencia a la inversa, una “herencia de abajo hacia arriba”.

Se manifiestan claras situaciones especulares, se suscita una multiplicación de espejos. Cuando alguien se asume gay o lesbiana ante otro es porque ya ha transitado por un lugar conocido por años y no tiene en cuenta lo arduo que fue primero aceptarse a él/ella mismo/a, por lo cual pretende que sus padres lo/la acepten enseguida y sin condicionamientos y si no lo hacen, el/la hijo/a se enoja por la decepción sufrida, se desesperanza o se desespera por no poder cultivar una paciencia que permita esperar una respuesta positiva de sus padres.

Muy por el contrario, lo que la realidad exhibe es que cada uno, cada sujeto tiene su proceso, su tiempo para transcurrir esa noticia nueva, esa ficha del juego o el espacio familiar que mueve todas las demás piezas, como en el juego de ajedrez. Tales circunstancias más bien me hacen pensar en des-tiempos entre estas personas que vivencian distintos procesos.

Además, no es lo mismo que los padres se anoticien de la sexualidad de su hijo por medio directo de este último que pone palabra a que la descubran “sin intención”, por ejemplo, a través de una carta cuyo destinatario era ese hijo y el remitente “un extraño”, o, en tiempos de posmodernidad, habiendo leído una charla por el msn, un sms o un mail privado del hijo con contenido amoroso que provenía de alguien de su mismo sexo. Tal vez, del lado del hijo, “haberse olvidado” abierto o a la vista de sus padres ese material, signifique inconscientemente mandarles el mensaje: “entérense, no se los puedo decir abiertamente, léanlo, eso hasta me agilizará las cosas”.

Eso lleva a una crisis y a un momento transicional y fundante para reacomodarse, situación que no se sabe previamente cuánto tiempo tomará, cuánto costará, justamente porque cada proceso es singular y cada sujeto tendrá su tiempo lógico y también cronológico –pues el tiempo es una variable real que nos atraviesa a todos los seres humanos, variable que no puede ser excluida; no es lo mismo que se tarde en aceptar esa verdad algunos meses o veinte años o nunca se logre incorporarla- para la elaboración de esa realidad nueva.

La culpa suele instalarse en ambos lugares (en el de los padres y en el del/a hijo/a). Las crisis suelen provocar ansiedad y stress.

¿Qué les genera a los padres esta “nueva” realidad?

¿Cómo se da ese pasaje del clóset al lugar de los padres? ¿Cuáles son los puntos de encuentros y desencuentros que hallamos en esas (de) construcciones de placares?

Carga-descarga-alivio es la tríada (anteriormente transcurrida en la hija lesbiana o el hijo gay) de elementos presentes en este proceso que se repite y potencia en los padres. Primero aumenta el peso por la mentira y el ocultamiento, luego llega el sinceramiento –que a veces es considerado como sincericidio- y por último y como consecuencia de lo antedicho, la sensación de alivianarse porque uno ya no porta esa mochila llena o “esa pelota que tenía adentro”.

Sabemos que cuantas más altas sean las expectativas depositadas en el otro, cuando ese otro no las cumple, algo cae y aparece la frustración, se produce la herida narcisística. Esto va más allá de “lo gay”. Pero el que proyecta algo propio en un otro es responsable de ese hecho. En este caso, las aspiraciones y sueños vertidos por los padres en su hijo viajan hasta este último y no se clarifica que son cosas que traspasan los primeros –y muchas veces no son deseos del hijo- a este último, lo que hace culpabilizar al hijo si no las despliega.

Eso sí: se tendrá que elaborar el duelo, duelo como proceso normal que será necesario atravesar. Duelar, del lado de los padres, que su hijo/a ya no es más, al decir de Freud, “su majestad”, donde se encomiendan todas sus metas e ideales. Duelo –que se expresa como enojo por la desilusión sufrida- a discurrir, del lado del hijo, porque se baja del pedestal a ese padre que era visto como alguien protector, sostenedor, que lo apoyaría en cualquier situación, aunque sea la más adversa para todos.

El secreto actual de los padres, otrora del hijo, re-moldea, hace cambiar la (no) relación familiar. Hay una mutación de protagonistas, en el guión, de los escenarios.

Los padres experimentarán la sensación de extrañamiento, de tener que conocer a alguien que se volvió desconocido o a quien nunca llegaron a acercarse. Pierden de vista que ese/a hijo/a es esencialmente el/la mismo/a que los ama y necesita y a quien aman y necesitan; simplemente lo distinto a partir de allí es que todo será y se desarrollará más en el orden de lo verdadero.

Parecería como si cayera todo lo bueno que tiene ese hijo y se subraya sólo lo “maligno”. Por un momento ese hijo deja de ser el que siempre fue, según el caso (estudiante, laburante, buena persona, hermano de, amigo de, etc.); esos rasgos y esas potencialidades parecieran esfumarse porque allí lo que prevalece exclusivamente es la sexualidad del hijo. ¡El pibe se volvió sexuado y encima esa sexuación no es la esperada por sus padres!

Así como para cualquier hijo es intolerable imaginar la escena en la cual sus padres tienen relaciones sexuales, tampoco estos soportan eso de sus hijos, y si a ello se le suma que su hijo se acuesta con alguien de su mismo sexo, les provoca horror.

En la visión de muchos padres la homosexualidad es algo que no incluye el amor, cuestión que respiran e incorporan de lo sociocultural, ya que casi no existen, al menos públicamente, modelos positivos de parejas gay que perduren en lo amorosamente temporal.

“¡No me mires ni me hables ni me toques!”

Se dificulta mirar a los ojos, se esquivan las palabras, las cercanías, se toma distancia. Impera la tensión en la mudez posterior al enterarse, ya que se instala un cambio total en la cosmovisión de los padres y se encuentran como perdidos, sin mapa ni brújula. Aumenta la tirantez en estas (no) interacciones familiares ya que muchas veces se envían metamensajes o el diálogo se corta.

Respecto a los meta mensajes, los más comunes pueden ser: “a tu papá no le gusta que ese chico se quede a dormir” (desde una madre a su hijo gay); o: “a tus hermanos les avergüenza lo que hacés, ¡qué van a decir sus amigos del barrio!” (desde el padre a su hijo gay o a su hija lesbiana); o: “dicen mamá y papá que bajes la voz cuando hables con tu amiga por teléfono o te vayas a hablar al fondo” (aquí el emisor puede ser un/a hermano/a de una chica lesbiana). Quizás los metamensajes siempre circularon dentro de esa familia, ya que las cosas nunca se dijeron directa o abiertamente, no ha existido diálogo alrededor de tema alguno y en una situación como la descrita se agudiza esta modalidad de comunicación ruidosa. No obstante, tal vez pueda constituirse una oportunidad para empezar a cambiar dicho modo, aunque en un principio no se lo ejerza de la mejor manera; por ejemplo, un paciente (que llamaré “Pedro”) me ha relatado que cuando él le ha dicho a su madre que era gay, la señora le contestó: “no hacía falta que me lo refregaras en la cara, hubiese preferido que no me lo dijeras nunca”.

Emerge el enojo. Malestar que se expresa con el silencio que hiela o, como decía recién, con palabras hirientes. ¿“Castigo propinado” por sentirse castigados por creer que ese hijo “no los hará abuelos”? (sobre todo desde los padres que aún no fueron abuelos por medio de otro/a hijo/a); ¿castigo que se ejerce activamente porque sienten que ese hijo los dejó afuera del disfrute de su abuelazgo, de otro rol más relajado, de ser doblemente padres, de otra etapa de sus vidas? Beneficio que ellos creen perder en ese momento y “el que se los quitó” es su propio hijo.

Se desvanecen ilusiones, certezas, paradigmas, mundos enteros y hay una imposibilidad para simultáneamente levantar otros cimientos o para poner algo positivo en esos huecos o elementos derrumbados.

El miedo es producto de lo que se desconoce y por eso resulta más funcional y cómodo no cuestionar o mover las bases que se construyeron a lo largo de la vida. A los padres les provoca pavor o una falta de respeto “discutir” o contradecir a los que les enseñaron, a los que los educaron para que compusieran un determinado imaginario. ¿Es por este motivo que les molesta y lastima que sus “alumnos” –llámense hijos- los cuestionen a ellos, los desobedezcan?

Entonces, hay una especie de mixtura de sentimientos y pensamientos que se instalan del lado de los padres: disgusto, vergüenza, fracaso en su función (que da origen a la pregunta culpógena “¿en qué nos equivocamos?”), elementos que se mezclan por no haber estado preparados para recibir tal noticia y por ende no saber cómo enfrentarla y enfocar lo que vendrá, circunstancia que los lleva a querer que ese hijo “cambie”, hecho demostrado en la cantidad de padres que exigen a su hijo que vaya al psicólogo o hable con algún cura.

En un momento posterior, en general y en ciertas situaciones hace el sujeto asumido gay o lesbiana –consciente o inconscientemente y por un tiempo nunca definido- las veces de sus padres: se convierte en papá de sus padres en el sentido de brindarles información (revistas, folletos, películas de temática gay), tratando de respetar y entender sus procesos, “aconsejándolos”, acompañándolos, conteniéndolos, preguntándoles en qué los puede ayudar, a quiénes les contaron o contarán, etc.

Así como una persona antes de salir del ropero piensa en lo peor que le pueda suceder por hablar (que sus padres lo echen de su casa, por ejemplo), también a los padres se les aloja el miedo a cómo lo tomarán sus amigos, sus parientes más cercanos, sus compañeros de trabajo, etc. Se sienten como bichos raros por considerarse “los únicos que tienen un hijo así, ¿por qué nos tuvo que tocar a nosotros?”. Por eso se refugian en una comodidad que más tarde incomoda, asfixia, lo que lleva a que dejen de “esconder lo del hijo” y empiecen a relajarse con este tema. Pero, decía, en el albor del enterarse les cuesta mucho pronunciar y luego compartir con alguien “mi hijo es gay”.

Cuando se me consulta por esta cuestión, como terapeuta sugiero ir de menor a mayor: empezar por contarle a los familiares y amigos más cercanos y a los cuales uno crea sabrán entenderlo con el fin de hacer alianzas y no sentirse tan solos. Suele ayudar que previamente se testee el campo mediante interrogaciones al otro sobre este asunto en general.

Otros pasos para combatir esos malestares pueden ser: buscar material, acudir a algún profesional idóneo en el tema o contactarse con otros padres que transitaron por una situación similar. Todos estos son posibles senderos que facilitarán el acercamiento a su hijo.

Luego de un plazo, muchos padres –y sus hijos- se asombran porque al final no todo fue catastrófico, porque hasta tuvieron compensaciones por haber atravesado toda esta fase. A veces algunos padres llegan a tomar a la pareja de su hijo como un yerno más o como un hijo más (pero eso es un cuasi ideal a alcanzar con el tiempo, que en la mayoría de los casos no se da porque cuesta superar la decepción, el dolor, las peleas).

Lo que logran los padres después de todo esto es aceptarse mejor a ellos mismos, se restablece su autoestima, como consecuencia de primero haber aceptado tal como es a su hija lesbiana o a su hijo gay y eso sutura las grietas provocadas por las culpas.

Cuestiones de género; ojos que ven, ¿corazón que disiente?

Razones culturales harán que el padre (varón) que tiene un hijo (varón) gay se sienta cuestionado en su masculinidad, justamente porque ante la mirada de los demás (sobre todo de otros varones) se creerá expuesto por “no haber podido transmitir dicha masculinidad” a su hijo. Todavía circula cierto prejuicio en la sociedad que liga la homosexualidad masculina a la falta de hombría.

En el caso de una hija lesbiana es común que los padres tomen a la pareja de aquella como “su mejor amiga” a pesar de que lleven años de relación, las hayan visitado en la casa que comparten y hayan (no) visto que en la habitación de ambas yace una cama de dos plazas y no existe otro sommier o colchón ubicado en otro sector de ese hogar. El lecho conyugal es percibido pero no tomado como tal, es decir, es desmentido, negado. Hay algo del orden del “no quiero ver, no quiero saber, aunque lo sepa”. Si bien en un momento anterior esa situación les pudo a las chicas haber resultado funcional ya que no hubo obstáculos en la habilitación de su convivencia por parte de sus progenitores, en un tiempo posterior se les vuelve en contra, ya que esa pseudoaceptación es aún más peligrosa porque conlleva la invisibilización del vínculo lésbico amoroso, invisiblización de la relación entre dos mujeres, invisibilización de sus sexualidades.

¿Visibilidad (no) óptima?

Creo que un extremo de la visibilidad de los padres de una lesbiana o un gay lo constituiría cuando los primeros forman parte de alguna asociación que milita por los derechos de sus hijos; parecería que la vida de esos padres cobrara un sentido nuevo, se embanderan en una causa que antes no había tenido lugar en ellos.

Un ejemplo del otro extremo de la (in) visibilidad puede consistir en el camuflaje que le infligen a ese hijo; un caso podría ser cuando los padres (pudientes) lo mandan al exterior a “estudiar por un tiempo” o cortan toda posible futura manifestación del hijo que tenga que ver con su homosexualidad diciéndole: “no se lo digas a nadie, sería mejor que te muestres con una chica” o “acá no se habla más del tema, que ni se te ocurra traer a alguien, respetá este techo”.

Por otra parte, me gustaría hacer un paralelismo entre la expresión, acción de la visibilidad y el clima metereológico, que impacta en los demás climas (emocional, corporal, vincular): cuando se habla de visibilidad óptima podemos transferirlo quizás a la más diáfana visibilidad de cualquier gay o lesbiana en su familia en el momento que ya salió del clóset y cuando ya pasó la tormenta, se esfumaron las nubes, cuando ya no hay niebla. Se despeja el cielo al igual que las dudas, los miedos, la incertidumbre que provocaban en los padres –y en otros/as- esa sospecha de que su hijo “tenía algo, pero no lográbamos saber exactamente qué”.

A modo de concluir: salida múltiple de los muebles

Considero que el coming out of the closet de una persona dentro de su familia es una oportunidad para propiciar lo que circula y se intercambia en el interior de esa célula: los montos de afecto, que se potencian en sus corrientes tiernas (que tienen que ver con la comprensión, la contención, la aceptación) y agresivas (que aparecen como rechazo, expulsión, violencia).

Es además una chance para los padres de cuestionar sus “valores inamovibles” (lo que al principio no figuraba en sus planes), por ejemplo, los esparcidos por su religión, ¿es acaso “natural” que los padres excluyan de su familia a su hijo por tener una orientación sexual que no es la misma que la de ellos? ¿No inculca la iglesia católica “el que esté libre de pecado que tire la primera piedra”? ¿No enseña dicha institución a “amar al prójimo como a ti mismo”?

También para los padres, cuando empiezan a leer todo lo que buscan y encuentran acerca de esta temática, es una forma de acercarse a nuevos horizontes (¡con pluralidades de arcoíris!), ya que “no sabíamos nada de esto”.

Es, tanto para ese hijo como para esos padres, un método para tramitar, vía palabra, el conflicto, ya que cuanto más se verbalice “soy lesbiana” o “mi hija es lesbiana”, más se ejercitará externa e internamente para asumir la verdad, diciéndola y escuchándola-escuchándose.

Si pensamos que el clóset de los padres es armado con palabras del/a hijo/a, puedo aventurar que se trata de un CLÓSET SOCIAL, un placard doblemente vincular, familiar; es como un (in) mueble, un bien de familia porque es parte de ese grupo en particular, pero en el caso de los padres, no deben dejar de tener en cuenta que se trata de una sexualidad ajena, la de su hija/o.

Lo que no pueden vislumbrar esos padres en el primer momento de exposición de su hijo es algo positivo: que hubo algo del orden de la construcción en el camino para que ese hijo se autorice a utilizar su palabra –más allá de que para el hijo ya resultó insoportable continuar con su secreto- hasta en la explosión. Incluso puede resultar del lado del hijo un acto de amor sano, una forma de cuidado y respeto por esos padres, por no querer que los mismos “se enterasen de lo de él por terceros”.

La sinceridad del hijo (o del padre que sale del ropero) rompe con el “como si” estuviera todo bien en el núcleo familiar mientras no se blanquee la homosexualidad.

Se empieza a dejar de fingir y se corta con las preguntas auto mentirosas: ¿no te gusta esa chica? (hacia un hijo gay), o: ¿cuándo te vas a casar, tener hijos, formar tu familia?, como si una pareja del mismo sexo no constituyera por sí sola, por sí misma una familia. Los padres comienzan a perder la idea o ilusión que esto “ya se le pasará” al hijo que “tiene una confusión”, o a dejar de echarle la culpa “a ese degenerado que le metió cosas raras en la cabeza”.

En un momento ya esclarecido y digerido, los comentarios –de los padres- antigay, homófobos, discriminatorios pierden dimensión real porque otrora el atacado era “el vecino puto de la esquina”, ahora transformado en su propio hijo.

La revelación de una sexualidad disidente es algo distinto a la confesión, que implica la culpa de lo que se está haciendo mal, algo de la instancia superyoica que sanciona, o de lo religioso que exige que se nombre el pecado para que el pecador se haga cargo y pueda cambiar, dejar de hacer eso “sucio”.

A mí me seduce más el verbo revelar, porque se descubre un velo. Como el revelado de las fotos: algo que permaneció en un cuarto oscuro (clóset) sale a la luz. ¡Y hay tantas fotos lindas! ¿Por qué siempre lo revelado tiene que ser tomado tan negativamente? ¿Para qué romper o tirar los negativos? ¿Por qué no nos abrimos a observar y no nos dejamos deleitar por la diversidad de paisajes, personas, rostros, expuestos en esas improntas gráficas que congelan un minuto o un lazo?

Un pensamiento para finalizar: creo que lo más importante del coming out es que puede ser una maravillosa oportunidad para re-conocer (se) y para aceptar (se) a ese familiar (y a uno mismo, llámese padre o hijo) desde la autenticidad, el respeto, la madurez, el cariño, la ética (y no la moral).

Con el pasar del tiempo, comprender y aceptar al otro y a sí mismo se constituirán como ACTOS saludables, ¡ACTOS DE AMOR!
Fotos de la marcha del orgullo LGBT, BS AS, 2008:


TRANSITANDO OTRAS REALIDADES


-ALGUNOS LINEAMIENTOS COMO INTENTO DE DIÁLOGO ENTRE EL PSICOANÁLISIS Y EL ACTIVISMO TRANS SOBRE LAS “MUTILACIONES” QUE NO TIENEN LA MISMA MODALIDAD QUE EL PASAJE AL ACTO-
Por: Lic. Alejandro Viedma
¿Qué significa TRANS?
A modo de introducción, me es necesario precisar de qué se habla cuando se dice que una persona es “trans” y qué diferencias se encuentran, por ejemplo, entre las personas transexuales y las travestis.
El término transgénero refiere al sujeto que expresa un género o siente una identidad de género que difiere de lo que es esperable socio-culturalmente con respecto a su sexo biológico, por lo tanto a las personas transexuales y travestis se las ubica dentro de la “categoría trans”.
La persona transexual es aquella que durante toda su vida ha sentido que nació con el sexo equivocado, por lo cual va adoptando atuendos y modos de comportamiento buscando lo concordante con sus identificaciones, deseos, sentimientos, fantasías, gustos y preferencias. La transexualidad es definida como contradicción entre el sexo físico (genital, hormonal y genético) y el psíquico. Dentro de este grupo de personas hay algunas que no se operan para modificar sus genitales porque no lo consideran imperioso o necesario, o no cuentan con los medios económicos para hacerlo, o no se hallan preparadas psicológicamente para concretarlo, y otras que por medio de un tratamiento hormonal y la intervención quirúrgica logran la rectificación de su atribución sexual.
Una persona travesti es quien viste ropas y utiliza maquillaje del otro sexo como forma de expresar el género femenino. En general, las travestis no “reniegan” de sus genitales, por ende no se someten a una intervención quirúrgica para “adecuarlos”.
El contexto familiar y social de las personas trans
En la gran mayoría de los casos, las personas trans pasan por situaciones muy complicadas de vida. A medida que van asumiendo la identidad sexual que siempre sintieron como propia, o que van “moviéndose” dentro del “otro” género, generalmente son expulsadas a la calle por sus familias de origen.
Con el pasar del tiempo tienen que sortear distintos acontecimientos adversos cotidianos porque en la sociedad está incorporada la transfobia, un dispositivo ideológico que produce, promueve y justifica prácticas de odio, miedo, aversión y represión hacia las personas trans, creando y legitimando la discriminación a las –y también entre las- mismas. Para comprender estas cuestiones, al decir de Castoriadis, del orden de lo instituyente-instituido, sugiero volver al concepto freudiano del narcisismo de las pequeñas diferencias (1929) donde se explica el despliegue de la hostilidad, la agresividad, la violencia.
¿Hay un otro que goza por pertenecer a una mayoría y establecer un abuso de poder? ¿Goza también quien forma parte de la minoría en la medida que se victimiza y obtiene “beneficios secundarios”?
Volviendo a las travestis y transexuales, no hay un alojamiento de ellas como sujetos (de deseo y de derechos humanos en general y sexuales en particular) puesto que les son negadas necesidades humanas básicas como la vivienda, la educación, la salud, el empleo. Lo antedicho hace dilucidar el por qué la mayoría de estas personas casi no tenga una opción laboral distinta al ejercicio de la prostitución.
Sólo algunas de ellas logran vencer esas grandes dificultades y salen de la posición de ser víctimas para cristalizar sus proyectos, sus deseos y llegan a vivir lo más dignamente posible.
La trans-clínica
A menudo leo y escucho entre mis colegas psicoanalistas que todo caso de transexualismo es incluido –sin excepción- dentro de la estructura psicótica.
Continuando con el legado freudiano, los analistas debemos focalizarnos en el caso por caso, postura que también es la de Silvia Bleichmar en su experiencia con sujetos transexuales, para partir del diagnóstico, como con cualquier sujeto independientemente de su identidad de género u orientación sexual. Nuestro rumbo será guiado por la escucha de la enunciación y la pregunta por la relación que mantiene el analizante con ese enunciado que despliega. También apuntaremos a determinar la modalidad de goce en juego para ver hacia dónde nos dirigimos en la cura.
De lo contrario no observamos la particularidad del caso y nos quedamos atrapados en ese “empuje a la mujer” del caso Schreber de Freud y establecemos una peligrosa analogía entre esa cuestión específica que se enmarca dentro de un delirio de un caso de paranoia con otros sujetos que presentan un “trastorno de identidad de género” y luchan por su derecho a la reasignación de la identidad que asumen; o sellamos un diagnóstico anticipado y muchas veces erróneo porque nos cierra el punto central para Lacan respecto de la psicosis: el agujero en lo real (y lo homologamos a la castración, al corte del pene). De esta manera, como analista uno debe preguntarse por el estatuto que adquiere, por ejemplo, la frase “soy una mujer”.
Además, esta problemática nos convoca a visualizar y diferenciar los momentos históricos, socio-culturales, económicos, políticos, teóricos y científicos, a no dejar de lado todos los avances que se vienen produciendo en esos y otros campos para tener en cuenta que hay surgimientos de nuevas subjetividades y que cada sociedad específica también genera síntomas específicos. A modo de ejemplo, en el campo científico en estos tiempos es posible “hacerse un cuerpo del otro sexo”, es decir, los sujetos pueden ir por un dispositivo científico.
En el caso de un sujeto transexual que decide seguir el proceso hasta el cambio de sexo, desde el lugar del analista uno debe preguntarse por qué apoya dicha situación -si es que la sostiene, acompaña, avala-, qué está autorizando, habilitando, cuál es el modo de ubicarse, qué hay detrás del manifiesto conflicto corporal en juego. Uno debe interrogarse por la clínica allí con los datos y elementos con que cuenta, sobre todo si se trata de un sujeto menor de edad, porque se sabe que luego de la operación no hay marcha atrás.
Básicamente el profesional deberá estudiar, asesorarse y trabajar sus propios preconceptos. Uno de los más habituales es el que abotona la identidad sexual con la orientación sexual. He escuchado decir a colegas, por ejemplo: “sé de un sujeto que se operó para ser mujer y luego se puso en pareja con otra mujer, ¿para qué se operó finalmente?”.
Caso “Gabby”
Este sujeto llega al consultorio de Silvia Bleichmar con el nombre Agustín. La prestigiosa psicoanalista ya fallecida hizo un recorrido de este caso en su libro “Paradojas de la sexualidad masculina” (Paidós, 2006). Se trata de una sujeto adolescente que siempre se sintió del otro sexo y sus padres apoyaron el proceso de cambio de género y sexo. También la analista, por entender este transexualismo no ubicable dentro de la psicosis. Este texto de Bleichmar es un interesante hallazgo ya que en varias páginas la autora navega por la vida de “Gabby”, por sus contextos familiar, social, escolar.
Agustín, a los tres años, deja de mostrar su pene. A los trece toma conciencia de su verdadera identidad sexual y empieza un tratamiento hormonal. La analista fue consultada por los padres de la paciente y esta última (para realizar una evaluación que tendiera a redefinir una senda terapéutica: aliviar la angustia y determinar futuros riesgos psicopatológicos), que estaba siendo atendida por una terapeuta y un psiquiatra, cuestión bien especificada en el informe que elaboró Bleichmar; el grupo familiar vivía en una provincia del interior de Argentina. Es rescatable el intercambio de mails de la analista tanto con la adolescente como con la madre de la misma.

Pasaje al acto: algunas puntualizaciones

Jacques-Alain Miller, en “JACQUES LACAN, ANOTACIONES SOBRE SU CONCEPTO DE PASO AL ACTO”, subraya las siguientes características principales del pasaje al acto: la urgencia (la precipitación, lo no calculado, la impulsividad); el daño a sí mismo, la autodestrucción donde el sujeto está sustraído de la escena y se emparenta con la pulsión de muerte, el dolor, lo que contradice la idea del sujeto que quiere su propio bien, la utilidad; una desesperada afirmación del goce; la transgresión (del código, de la ley, del límite); la ruptura de la subjetividad; el rechazo al saber, el rechazo del inconsciente que implica el abandono de equívocos, pensamientos, palabras: hay un No al Otro, un impase.
Por lo anteriormente resumido es preciso diferenciar lo que sería un pasaje al acto, por ejemplo, en los brotes que devienen en automutilaciones, donde algo irrumpe con una temporalidad específica, pues hay un antes y un después dividido por lo instantáneo y operaría un goce absoluto, de todo lo que tiene que transcurrir y sostener un sujeto trans hasta llegar a operarse (el que haya decidido llevar adelante la intervención quirúrgica), donde el recorrido implica un acompañamiento interdisciplinario –que incluye un médico clínico, un psicólogo, un psiquiatra, un endocrinólogo, un cirujano, un perito forense- en una línea de tiempo que en la mayoría de los casos lleva varios años o hasta décadas.
De esta manera, ubico a este transexualismo (por ejemplo el de “Gabby”) no como una automutilación como resultado de un daño a sí misma, lo cual podría suceder con un sujeto psicótico que queda confrontado en lo imaginario sin ningún soporte simbólico cuando el objeto real (kakon) se presentifica en la relación especular con el otro, sino que tiene que ver con la reasignación de la identidad sexual, con el fin de buscar el bien propio.

Interrogantes que me surgen casi finalizando este escrito…
-Cuál es la particularidad del duelo en la persona trans? ¿Se duela por el cuerpo que se tuvo o el alivio encontrado en la reasignación sexual es suficiente?
-¿Qué sucede con la persona trans de mujer a varón? ¿Está invisibilizada? ¿Pasa por el mismo proceso que una trans de varón a mujer? ¿Cómo actúa en nuestra cultura la “extracción de lo femenino” a diferencia de lo fálico?
-¿Qué pasa con la persona trans que ya fue madre o padre? ¿Y con el/la que desea serlo?

A modo de una posible conclusión
Así como se catalogan y ordenan consensuadamente patologías organizadas en nomenclaturas, también pueden abolirse. Mi idea es que estas “nuevas subjetividades” trans lograrán en el futuro salirse de lo psicopatológico, del desorden, de la disforia así como los colectivos gays-lésbicos de los Estados Unidos y Europa han conquistado algo muy valioso: que la homosexualidad fuera retirada de la lista de enfermedades de la Asociación Psiquiátrica Americana (APA) en 1974 y de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 1990. También es responsabilidad de los terapeutas colaborar para gestar y afianzar esos cambios, esos avances para humanizar a las personas trans, casi siempre catalogadas, diagnosticadas como enfermas, perversas.
Por tal motivo no se debería perder de vista la articulación deseo-ley, ya que la ley es “para todos” (los mismos derechos que pertenecen por ciudadanía a todos) y el deseo de uno, siempre singular, único, irrepetible. Aún hoy, en el 2008, existe una proscripción para el cambio de sexo en Argentina. En estos momentos existe en nuestro país un proyecto de ley de identidad de género que cuando sea aprobada, la ley garantizará el derecho a goce de las personas trans.
Considero que la persona trans, al cuestionar los binomios existentes (varón/mujer; masculino/femenino; activo/pasivo, entre otros), interpela a –y discute con- los discursos Amo, sobre todo los de la biología, la religión, la psiquiatría.
Si la esquizofrenia nos ha enseñado que no hay allí una elaboración desde lo significante, ¿no podríamos pensar que el/la transexual nos confirma que la atribución del cuerpo nunca es de entrada? En “Introducción del narcisismo” (Sigmund Freud, 1914) leímos que de entrada siempre hay un cuerpo fragmentado a ordenar y no una corporalidad dada como unidad, sino que deberá constituirse. El cuerpo es además armado simbólicamente, no hay un cuerpo como perteneciéndole a uno desde que nace y los/las transexuales sienten esto durante muchos años.
En los testimonios de las personas transexuales que han sido operadas escuchamos algo en común: hablan de un “nacer de nuevo”, que coincide con la fecha en que se llevó a cabo la intervención quirúrgica; hay algo del orden del alivio (que debe diferenciárselo de una estabilización de un pasaje al acto en la psicosis) de empezar una vida nueva y plena con la identidad que siempre han sentido como propia ahora “ajustada” a su cuerpo.
Es por ello que es fundamental que el analista esté preparado para alojar a este tipo de pacientes, a su discurso y su historia de vida, revisando, como siempre, primero sus propios prejuicios, (in) formándose permanentemente, trabajando interdisciplinariamente, controlando sus casos, teniendo su análisis personal, desarrollando una escucha atenta, un deseo puesto en la enunciación del analizante que visita semanalmente el consultorio y una ética en todo lo que pueda y esté dispuesto a hacer. Sólo así podremos entender que ni la identidad de género ni la orientación sexual definen a priori la estructura (de hecho existen personas transexuales neuróticas, psicóticas o perversas) para ningún sujeto, ya sea varón, mujer, trans, o hetero, homo, bisexual, etc.
En la presente columna he intentado plantarme en un lugar TRANSicional entre la militancia LGBT y el psicoanálisis, he querido introducir una especie de discusión desde adentro de ambos campos diferentes y convergentes a la vez, desde una posición particular, propia, mía. En estos momentos me encuentro pensando ciertas cuestiones complejas para la clínica psicoanalítica, lo cual implica que tampoco me emplace en otro discurso AMO, el de cierto activismo trans que intenta borrar las diferencias y normativizar a todos los sujetos, expresando: “no somos enfermos, somos todos normales”.
La trans-clínica me seduce porque las cuestiones planteadas en este escrito nos convocan a reformular las teorías, pues a los consultorios están llegando nuevas demandas. La diversidad nos propone un re-pensar lo sabido y “abrochado”, cerrado, nos invita permanentemente a realizar una reelaboración seria en este mundo tan ricamente TRANSitado por todos y cada uno de “nosotrans”.

Nota del autor:
Deseo expresar un agradecimiento especial a las coordinadoras del grupo de estudio de pasaje al acto en la psicosis y al Dr Millas del hospital Álvarez, a la revista DZO de Bahía Blanca por el contacto y por ofrecerme un lugar para pensar y plasmar mis inquietudes. Por último y como siempre, a Martín, director de AGMAGAZINE por permitir que sea columnista de su gran portal, lo cual me ha posibilitado un intercambio interesante y apasionante con varios lectores del sitio. Alejandro.

Bibliografía consultada:
Bleichmar, Silvia, “Paradojas de la sexualidad masculina”, Ed. Paidós, 2006.
Freud, Sigmund, “Introducción al narcisismo”, Tomo XlV, Ed. Amorrortu, Buenos Aires.
Freud, Sigmund, “El malestar en la cultura”, O. C. Tomo XXl, Ed. Amorrortu, Buenos Aires, 1982, página 111.
Giberti, Eva, “Ese otro deseo de hijo que la tv documenta”, en Homosexualidad ¿Estructura o elección?, Actualidad Psicológica, Año XVlll – N 202, Número especial, Setiembre de 1993.
Miller, Jacques-Alain, “JACQUES LACAN, ANOTACIONES SOBRE SU CONCEPTO DE PASO AL ACTO”, en Actualités Psychiatriques No. 1, Janvier 1988.

Films recomendados para continuar reflexionando en torno a estos temas:
“Mi vida en rosa” (Francia-Bélgica-Gran Bretaña, 1997); “Transamérica” (USA, 2005); “20 centímetros” (España, 2005).

Activistas trans Marcela Romero y Valeria Ramírez.