Entrevista con el lic. Alejandro Viedma: “Nadie elige ser heterosexual, lesbiana, gay o trans”

Publicado el por  en su blog Boquitas Pintadas, de lanacion.com

En un post anterior planteamos la intención de reflexionar sobre la adolescencia, una época de cambios, de descubrimiento, entre otras, de la identidad sexual. Prometimos hablar, en post sucesivos, sobre los riesgos del hostigamiento escolar a causa de la orientación (homo o bi) sexual de un adolescente, sobre las desilusiones tanto de padres hacia sus hijos, como de estos últimos a sus mayores cuando los jóvenes se asumen gays, entre otras cosas.
 
Esta vez, el Lic. en Psicología (UBA) Alejandro Viedma hace hincapié en los riesgos que conlleva que un adolescente LGBTI (lesbiana, gay, bisexual, trans o intersex) o en proceso de definirse como tal se perciba totalmente rechazado, lo que lo deja desprotegido, sintiéndose no amado y por ende muy solo. “Porque si no puede compartir con sus padres por ejemplo los cambios que va experimentando, considerándose ‘diferente’ a los demás chicos y encima esa ‘diferencia’ hace que reciba castigos en su colegio, irá interiorizando la culpa, la vergüenza, los temores y su propio desprecio”. Esto impactará -señala el especialista- en su salud.
 
“El problema está en que en nuestra cultura toda diferencia es percibida como desigualdad, instalándose así una jerarquía en donde la categoría heteronormativa es preferible por encima de las otras sexualidades”, señala Viedma. Y aclara: “Lo fundamental es que cada adolescente pueda arribar a la construcción de una identidad positiva para tener una mejor calidad de vida. Tenemos que seguir apuntando a una buena salud para que cada ser se construya como único y digno. Aquí los padres tienen un rol primordial respecto a hacerle un lugar a la singularidad de ese/a hijo/a, a no obturar su deseo”.
 
- ¿Por qué son tan vulnerables los jóvenes gays, lesbianas y trans?

- La ausencia de una red de contención (como tienen los heterosexuales: la red familiar, escolar, de grupo de pares, barrial, etc.) pone a los jóvenes LGBTI en una situación de sensibilidad y vulnerabilidad extrema, ya que la construcción de la subjetividad de estas personas es desde lo individual, por no contar, a esas edades, con un colectivo de pertenencia.
 
Lo preocupante es que tampoco hay una política de prevención en estos asuntos tan graves como quitarse la vida, no por casualidad los suicidios se dan cada vez más y en personas cada vez más jóvenes. Y como sociedad, no podemos permitir que un niño o adolescente no sea querido por nadie, es inaceptable y muy llamativo que ninguna persona cercana al mismo esté atento al padecimiento que está soportando, hasta que no aguante más.
 
- ¿Qué relatos le llegan a su consultorio?
 
- Desde mi experiencia clínica he recibido muchos relatos de pacientes en mi consultorio privado y de integrantes del grupo de reflexión para varones gays que coordino que historizan esos recuerdos (del hostigamiento escolar sufrido en su niñez y/o adolescencia) Après-coup (a posteriori y retroactivamente), haciendo un flashback angustioso y doloroso, literalmente hablando por las marcas que ha dejado en su cuerpo y psiquis el látigo de la violencia en esas situaciones rememoradas. Es decir, el acoso escolar nunca es sin costos, sin huellas que perduran. Hay efectos psíquicos que son producto de la no protección, el desamparo y el no respeto ni la valoración de esas vidas.
 
- ¿Por qué se sigue sancionando a la persona que no es heterosexual?
 
- La homosexualidad NO es una elección, como ninguna orientación sexual lo es. Entiendo que haya calado fuerte en lo social el concepto freudiano de “elección de objeto”, pero nadie elige desde su voluntad consciente ser lesbiana, gay, bisexual o trans, ni tampoco heterosexual. Esto lo digo porque muchos aún hoy vociferan: “Si eligen eso, que se banquen las consecuencias” y así siguen justificando la discriminación. Y por otro lado, sería como si un niño se levantara un día y dijera: “Hoy voy a ser gay, casi no tengo modelos positivos pero deseo ser atacado, separado, burlado y sancionado…”.
 
Es decir, nadie elegiría de antemano algo que le haga tanto daño, por no sentirse querido en ningún grupo. Me gusta utilizar el concepto de orientación sexual (y no “elección”) porque es una noción que hace referencia a la capacidad de cada ser humano de tener una profunda atracción física, emocional, afectiva y el deseo sexual por otros individuos de sexo diferente, del mismo sexo o por más de un sexo, así como de tener relaciones íntimas y sexuales con esas personas.
 
La orientación sexual refiere al objeto de los deseos sexo-afectivos de una persona, como una manifestación más dentro del campo amplio de su sexualidad. Cualquier orientación sexual o identidad de género es una construcción –dentro de las variantes de la sexualidad- que se da por varios factores: biológicos, socio-culturales, de crianza, por un proceso fluido de identificaciones, por modos de goce, etc. En ese sentido, la orientación sexual del humano es impredecible.
 
- ¿Qué pasa con la orientación sexual en la adolescencia?

- Esa es una etapa en la que no hay una identidad u orientación sexual definida ni fija; no hay un rótulo para siempre y se deambula bastante en la sexualidad, lo cual resalta la existencia de la diversidad. Por eso defino a la adolescencia como una etapa de exploración en general, y en particular de la sexualidad; exploración ajena y propia de la corporalidad y el placer; exploración que no define orientación sexual ni identidad de género ni estructura (al decir de Lacan: neurosis, psicosis o perversión).
 
Para ejemplificar, podemos pensar en la no poco común masturbación grupal de púberes y adolescentes que, lejos de etiquetarlos como del orden de la homosexualidad, la mayoría de las veces esta situación sucede para pertenecer a un grupo, para afirmar su masculinidad y, repito, no por ser gays. O la comparación de sus miembros (penes), los tiempos en que se tarda en eyacular, cuán lejos se orina, sobre todo en baños de colegios, en los campamentos o en los vestuarios de los clubes.
 
Por otra parte, también puede resultar violento (para el joven gay o quien esté en proceso de asumirse como tal) que se “imponga” ir a debutar en grupo a un cabaret, hecho que puede confirmar a tal sujeto el sentirse “sapo de otro pozo”, y así quedar dolido por “no ser como los demás”. Recuerdo que un ex paciente me comentaba en una de sus sesiones: “Fue horrible, no pude, al final me quedé conversando con la prostituta para hacer tiempo y obviamente después le mentí a mis compañeros”.
 
- ¿Y qué pasa con la bisexualidad en la adolescencia?
 
- Para Freud hay una disposición constitucional en los humanos, disposición psíquica inconsciente propia de toda subjetividad, es decir, que se nace con disposiciones sexuales tanto masculinas como femeninas. El austríaco toma tal concepto de Fliess, quien consideraba que la bisexualidad era un fenómeno humano universal.
 
 

Negaba tanto su homosexualidad que hasta pensó en ser sacerdote

Publicado el por  en su blog Boquitas Pintadas, de lanacion.com

Jorge ya tiene más de 40 años y recién el año pasado pudo empezar a salir de sus armarios. Hablo en plural porque asumir la homosexualidad y confiárselo a los allegados es un proceso. Jorge cuenta que empezó con su mejor amigo, su psicóloga, una de sus hermanas; luego, su madre, su cuñado y así.
 
“Al primero que me lo tuve que decir fue a mí”, reconoce. Antes que eso, rechazó tanto su homosexualidad que hasta pensó en ser sacerdote en un intento por negar su sexualidad.
 
En este relato, Jorge va contando esas salidas del clóset y va dando cuenta de las respuestas que fue recibiendo al abrirse a sus seres queridos. No adelanto más, así conocen la historia en palabras de su protagonista.
 
Mis salidas del placard del último año
Por Jorge
 
En principio, quiero aprovechar esta oportunidad para agradecer al grupo de reflexión para varones gay que coordina el lic. Alejandro Viedma en la organización Puerta Abierta el haberme ayudado a romper barreras y estructuras, de las que me era muy difícil despojarme.
 
Hace poco más de un año, solamente hablaba abiertamente de mi sexualidad con mi mejor amigo, mi psicóloga y una de mis hermanas. Pero primero me lo tuve que decir a mí. Me costó aceptarlo. Yo pensaba: “Me tienen que gustar las mujeres”. Eso mezclado con el tema religioso, tanto que hasta pensé en ser sacerdote, por eso negaba mi homosexualidad. Uno de los mandamientos de la iglesia es: no cometer actos impuros, y yo de chico no entendía bien qué quería decir eso, aunque siempre que me confesaba decía que había cometido actos impuros, y los curas no me decían nada.
 
Un día, mi hermana menor me preguntó: “¿Hace cuánto estás saliendo con ese hombre?”, porque había escuchado una conversación telefónica que la hizo sospechar. Y lo que me dijo después de que le respondiera fue: “Lástima que no lo hablamos antes”.
 
Por otro lado, si bien era consciente de que mi madre sabía que yo era homosexual, nunca había tocado directamente el tema con ella. Tampoco con mi hermana mayor, ni con mis cuñados (uno de ellos es muy homofóbico). Sin embargo, tenía muy en claro que debía resolver esta situación lo antes posible, para liberar ataduras y porque tengo el compromiso de no mentirle a mis sobrinos cuando ellos empiecen a preguntar acerca de esta cuestión (actualmente el más grande de ellos es un preadolescente).
 
Y así fue que un día de 2012, cenando con mi hermana le dije: “Soy gay”, así sin filtros, como pude en ese momento, y luego hablé con mi grupo de amigos, con uno de mis cuñados, y después con mi mamá.
 
“Mamá, vos ya sabés que soy gay”
 
La charla con mi madre ocurrió luego de una reunión del grupo, ya llegando a la última parte del año pasado. Yo había salido muy movilizado por lo que se había expuesto y justo me llamó ella porque no le funcionaba el correo electrónico y, aunque era muy tarde, le ofrecí ir inmediatamente a solucionarle el problema. Así que, cuando estaba con la notebook enfrente, le dije: “Mamá, vos ya sabés que soy gay, hablemos de esto…”, a lo que respondió: “Bueno, lo tomo como una confirmación, entonces”.
 
Un tiempo atrás de eso, mi hermana menor había charlado acerca de mí con ella, y me había avisado: “Mamá me dijo que no está preparada para escuchar eso de tu boca, que necesita tiempo, y que piensa que puede haber un quiebre si se lo decís”. La verdad es que eso no sucedió, y lo positivo es que conmigo mi mamá pudo compartir uno de sus miedos: “Creía que si eras gay ibas a ser infeliz”, me reconoció.
 
Después también me sorprendió la reacción de mi cuñado que, además de aceptar la situación perfectamente, decidió ayudarme y habló con mi otro cuñado para comentarle que sabía de mi sexualidad, que me apoyaba 100%, y que esperaba que él hiciera lo mismo. La conversación con mi cuñado homofóbico fue más que relajada, simplemente me dijo: “Jorge, sos tan excelente persona y tío, que para mí tu sexualidad es una anécdota”. Creo que, a partir de allí, ahora tiene otra mirada acerca de los gays.
 
Y una reacción similar recibí de todos: mis amigos no dejan de felicitarme por haberme abierto a contarles de mi intimidad, mi mamá está más cariñosa que nunca, y ahora me siento mucho más cerca de mi familia.
 
Por todo esto, quiero agradecerles, porque creo que la fuerza y energía de mis compañeros del grupo y el apoyo del coordinador, posibilitó que todo esto ocurriese. Considero que ahora estoy parado en la vida de otra manera y eso me hace cada vez un poco más feliz.
 
 

“Empecé terapia preguntándome si era lesbiana o no”

Publicado el por  en su blog Boquitas Pintadas, de lanacion.com

Dice Mercedes J. “Empecé terapia preguntándome si era lesbiana o no”. Su terapeuta, la Lic. Graciela Balestra, fue la que le sugirió integrarse al grupo de reflexión de mujeres de Puerta Abierta. “El día que entré sentí que, por primera vez en la vida, era Yo misma. Encontré mi lugar, me sentí identificada con cada una de las mujeres que hablaban de sus vivencias, me sentí cómoda como si hubiese ido toda la vida. Es inexplicable la sensación. Fue como decir: esta soy yo”.
 
El grupo de reflexión que menciona Mercedes existe en Buenos Aires desde septiembre de 1999. Además del espacio de mujeres lesbianas está el de varones gays, que coordina el Lic. Alejandro Viedma, un asiduo colaborador de este blog.
 
A Graciela Balestra, psicóloga y presidenta de la organización, le gusta decir que estos grupos son una puerta abierta a la diversidad, un lugar donde la soledad no tiene cabida. Ese es, justamente, un estado muy común entre las chicas lesbianas que recién llegan. Algunos relatos que acerca la terapeuta dan cuenta de esto: “Es frecuente escuchar en mujeres lesbianas el siguiente relato: ‘Me siento muy sola. Casi nadie sabe de mí, no hablo con nadie de mi homosexualidad porque tengo terror de perder los afectos. En el trabajo no lo saben y, en mi familia, tampoco. No conozco otras mujeres lesbianas, y aunque sé que no es así, siento que soy la única en el mundo”.
 
Según comenta, con frecuencia las mujeres pasan muchas horas de su vida ocultando su orientación sexual. “No pueden hablar ni siquiera nada de su vida cotidiana y esto es alienante para cualquier persona”, dice. Y sostiene que por este motivo son importantes los grupos de intercambio entre personas que atraviesan por experiencias similares. “La experiencia de más de trece años nos dice que en muy poco tiempo la gente mejora mucho más que sólo con terapia individual”.
 
Marcela M, una mujer que hace años asiste al grupo, cuenta así su experiencia: “Desde que llegué a Puerta Abierta me cambió la vida. Hacía ocho años que estaba sin pareja y tampoco tenía amigas. Estaba deprimida, sólo me dedicaba al trabajo y hasta había descuidado mi aspecto personal. Aquí, en pocos meses, encontré un grupo de pertenencia y conocí a mi pareja, con la que me casé hace dos años. Ahora seguimos las dos participando de las reuniones porque ya no queremos volver al aislamiento”.
 
Los varones, también…

Los hombres homosexuales también sufren el aislamiento del clóset. Aunque pareciera que ellos tienen más lugares donde encontrar pares: como boliches, saunas, cines, etc. muchos sienten la necesidad de un grupo de pertenencia donde poder conocerse y aceptarse a sí mismos y a sus pares, donde charlar tranquilamente sin el bullicio de la música y la noche. Hace diez años que en Puerta Abierta existe un grupo de reflexión de varones coordinado por el lic. Alejandro Viedma que, año a año, se consolida más.
 
Los adultos mayores gays también tienen su espacio en la ONG. Silvina Tealdi, una de sus creadoras junto a Balestra, explica: “La necesidad de los adultos mayores LGBT es urgente. Ellos no tienen más tiempo que perder. Necesitan unirse a otros que no los discriminen, que sientan como ellos y que quieran compartir sus vidas”.
 
Agrega: “La soledad en la vejez puede ser mortal. Por eso había que crear un espacio que los integrara. Así lo entendimos y por eso en 2009 creamos el primer centro de jubilados y pensionados para gays, lesbianas, bisexuales y trans”. El centro tiene la particularidad de no aislar a los mayores; al contrario, los integra a todas las actividades con los más jóvenes.
 
Ahora, la experiencia de Puerta Abierta empieza a expandirse...
 
 
 

“Federico, fuiste mío un verano”

Publicado el por  en su blog Boquitas Pintadas, de lanacion.com


Para Alberto Leonelli el verano del 89 fue inolvidable en muchos aspectos. Podría decirse que la historia que va a narrar comenzó más precisamente el 23 de enero de ese año, el día en que se produjo el copamiento del cuartel de La Tablada; el día, también, en que cumple años una amiga querida. Esa noche fue al festejo y allí apareció él, Federico, un estudiante de Bellas Artes que, para Alberto, era “toda una escultura en sí mismo, un David”.
 
En este post que Alberto escribió para Boquitas pintadas relata la historia de este amor del que aprendió muchas cosas, una de ellas, que hay amores de verano intensos y breves…como esa estación, la más fogosa del año. No hay que pedirles más, no admiten prórroga.
 
Un apunte más antes de dejarlos con su relato. Alberto Leonelli pidió explícitamente ser mencionado con su nombre y apellido reales. También hizo mención que asiste al grupo de reflexión para varones gay que coordina el Lic. Alejandro Viedma en la organización Puerta Abierta. No es casualidad, ambas consideraciones se unen: si Alberto puede estar completamente afuera del clóset es, en gran parte, porque asiste a ese grupo que, como él menciona, es “una especie de oasis grupal en el medio de tantos momentos de zozobra e incertidumbre” de sus vidas.
 
“Eso fue lo que sentí y siento, tres años después de ingresar sin saber muy bien dónde estaba parado en aquel momento. Contención y coordinación impecables de Alejandro Viedma, reflexión, solidaridad, afectos, amistad, compartir, escuchar y escucharnos, trabajar seriamente y también divertirnos, desplacarizarnos, apoyarnos para crecer individual y colectivamente, ayudar para ayudarse, proyectar y proyectarse. En resumen: devolver y agradecer la mano extendida que recibí y extenderla a los nuevos compañeros que quieran sumarse”.

El inolvidable verano del ’89
Por Alberto Leonelli (*)
 
El caluroso y húmedo sábado 23 de enero de 1989 fue una jornada memorable en muchos aspectos.
 
En el contexto socio-político del país fue el copamiento de La Tablada por militantes del MTP/Movimiento Todos por la Patria durante el gobierno democrático de Raúl Alfonsín. En lo personal, ese día fue el cumpleaños de mi amiga Mariela y su increíble fiesta organizada ex profeso sólo para cuatro personas: ella, una amiga cuyo nombre no recuerdo, yo y… Federico.
 
Yo tenía 24 años, era estudiante de la Escuela de Arte Dramático, algunos kilos menos que ahora, el cabello ondulado (¡sí… ese era mi pelo natural!). Hacía casi 4 años que había salido a los tumbos del placard por primera vez y no había experimentado, todavía, una historia o relación significativa en esa terrible era del Sida… Hasta que lo vi a él o, mejor dicho, nos vimos.
 
Federico tenía 20 años y era estudiante de Bellas Artes. El era toda una escultura en sí mismo. Un David alto, de hombros anchos, pelo lacio, rubio y de ojos celestes… una mezcla del dios nórdico Thor y un guerrero normando medieval… Era un sueño hecho realidad… y se había fijado en mí… ¡Increíble para ser real!
 
Intercambiamos direcciones y teléfonos fijos (no había celulares, e-mails o facebook) y nos encontramos a la semana siguiente. Me invitó a su casa de Belgrano (ahora conocido como Las Cañitas) y entramos sigilosos y furtivos porque sus padres y hermanas estaban durmiendo. Entonces, en la penumbra de su habitación nos besamos, transpiramos y chupamos apasionadamente, tan apasionadamente que él enseguida acabó.
 
Fue mágico y misterioso, parecíamos dos adolescentes en fuga, éramos Romeo y Romeo. Tuve la clara sensación de que los planetas de nuestra constelación comenzaban a alinearse y de que mi vida cobraba un nuevo y poderoso sentido. Yo no caminaba por las calles, sino que flotaba: era la primera vez que me estaba enamorando…y era correspondido.
 
Recuerdo que la llamé a mi vieja desde un teléfono público de Entel en Almagro, puse las fichas y sabiendo que disponía de pocos minutos le dije extasiado: “¡Mamá, estoy enamorado!”. A lo que ella respondió: “¿Y quién es la chica…?”. Hubo un silencio eterno de breves segundos y yo le espeté con toda naturalidad: “¡Mamá… es un chico, es hermoso y nos queremos!
 
No teníamos un mango y tampoco nos importaba, yo estaba desempleado y él no laburaba, pero nos arreglábamos para ir al cine y al teatro under juntos. Si hasta inclusive estuvimos sentados, tomados de la mano, en el mítico Mediomundo Varieté de la Avenida Corrientes, viendo al gran Batato Barea.
 
Me invitó a pasar un fin de semana con él y su familia en Chapadmalal, lo que justo coincidió con el cumpleaños de mi vieja. Viajé para Maipú y recuerdo que, sentados a la mesa de la cocina de mi casa familiar, les dije a mis viejos, con tono claro y decidido, que no me iba a quedar, que estaba de paso, que me había enamorado, que sabía que no tenía un centavo pero que no me iba a perder por nada del mundo lo que me estaba sucediendo. Ellos, entre atónitos y resignados, no tuvieron más remedio que convalidar semejante desplante. Mi viejo solo atinó a decirme: “Alberto, hacé lo que quieras pero por favor no me traigas a ningún chico a esta casa…”.
 
Aaah Chapadmalal…Con qué naturalidad me presentó a su madre divorciada y a sus hermanas como su amigo…y qué momentos en la playa. Nos desnudábamos en las grutas y ahí hacíamos el amor escondidos en los acantilados, nos revolcábamos entre conchas y caracoles, espermas y espumas, nuestros cuerpos cual milanesas recubiertos de arena… Eramos libres y jóvenes, hermosos e indolentes, con esa ligereza exigua y soberbia de la eterna juventud.
 
El verano tiene sus improntas y sus bemoles…y tiene tres meses y concluye indefectiblemente en marzo. Nuestra relación y nuestro sexo eran como nosotros: jóvenes, inexpertos e impacientes.
 
Hubo un fin de semana en que empezamos a desencontrarnos, él me dijo que estaría con unos amigos en un estudio de grabación por Paternal, sin dirección concreta o número telefónico alguno. El impulso del amor y el miedo a perderlo y a perderme me llevó a tocar timbres y golpear las manos para preguntarles a vecinxs azoradxs si conocían una sala de ensayo por la zona. Y así transpiré horas deambulando por varios barrios… enamorado, esperanzado, angustiado.
 
Ahí empecé a comprender muchas cosas, entre ellas que existen las historias de amor de verano y que sólo duran un breve e intenso momento y que la áspera atmósfera del otoño y de las urbes las torna casi inviables en el cemento.
 
Parafraseando y homenajeando a mi adorado Leonardo Favio, sostengo: “Federico… fuiste mío un verano, el inolvidable verano del ’89.”

(*)Licenciado en Artes Dramáticas (IUNA) y Profesor de Inglés. albertoleonelli@gmail.com
 
 

“No quería entrar en la colimba sin haber debutado con un hombre”

Publicado el por  para su blog Boquitas Pintadas, de lanacion.com

Daniel, que hoy tiene 49 años, recuerda su primera vez. En realidad, habla de sus varias primeras veces, sus inicios en la homosexualidad. Uno de esos momentos fue el verano del ’82. El primer relato empieza así: “Colectivo 37 rodando por avenida Callao, medio vacío. Yo estaba sentado en el asiento del medio de los cinco finales. Faltaban semanas para entrar a la colimba y había decidido no ser soldado sin antes haber debutado”.
 
El segundo, en sus propias palabras: “Principios del ’85. Caminando por avenida Corrientes, frente al Teatro San Martín, conozco a Julio Cesar. Yo tenía 22, él 30. Ambos estábamos en la docencia. Yo, si bien ya trabajaba como profe, recién estaba comenzando el Profesorado; él ya lo había terminado hacía unos años. Los dos estábamos apurados pero acordamos una cita”.
 
Por último, recuerda una experiencia que también considera una especie de debut. “Mediados del ’87, una noche a pocas cuadras de casa me crucé con otra persona: Lucas. Me miró, lo miré, me miró, lo miré, me miró, lo miré. “Hola”. “Hola”. “¿Caminamos?” “Y caminamos desde Av. Santa Fe y Bonpland hasta Cabildo y Lacroze. Y de ahí, taxi a Almagro, a su departamento”.
 
Daniel es un asiduo lector y colaborador de Boquitas pintadas. Esta vez escribió acerca de las evocaciones sobre su despertar homosexual en uno de los encuentros del grupo de reflexión para varones gays que coordina el Lic. Alejandro Viedma en la ONG Puerta Abierta. Dice Daniel en su Facebook -y autorizó a que lo publicáramos-: “Gracias a Alejandro Viedma quien, desde lo grupal, genera un espacio que lo lleva a uno, por ejemplo, a estas experiencias de contribuciones para el blog Boquitas Pintadas…!!!”.
 
Primeros,
Por Daniel
 
Verano del ’82. Colectivo 37, rodando por avenida Callao, medio vacío. Yo estaba sentado en el asiento del medio de los cinco finales. Faltaban semanas para entrar a la colimba, y había decidido no ser soldado sin antes haber debutado…
 
Sube él y se sienta al lado mío. Me mira, me toca con la pierna, se baja el cierre de la bragueta. A esta altura ya estábamos por avenida Las Heras y, sin mediar saludo, me dice: “¿Venís a casa? Yo me bajo en la siguiente”.
 
Y me bajé yo también.
 
Nunca le dije que era mi primero, pero por supuesto se debe haber dado cuenta de que yo era muy novato (me tuvo que explicar qué significaba “bajar”, “activo” y “pasivo”, por ejemplo)…
 
Hoy no me acuerdo ni su nombre ni su cara, apenas una idea borrosa de su cuerpo. Pero ese momento para mí fue un salto cuántico.
 
Nunca había tenido juegos sexuales con otra persona y mucho menos había hablado del tema con nadie. Me mandé solo y, después de esa cama que hoy no sería recordable, yo era otro. Un otro con menos peso encima, con cosas más claras. Y la maravillosa imposibilidad de volver atrás.
 
Principios del ’85. Caminando por avenida Corrientes, frente al Teatro San Martín conozco a Julio Cesar. Yo tenía 22, él 30. Ambos estábamos en la docencia. Yo, si bien ya trabajaba como “profe”, recién estaba comenzando el Profesorado, él ya lo había terminado hace unos años. Los dos estábamos apurados pero acordamos una cita. A partir de ese momento la confitería La Ópera, de Corrientes y Callao, se convertiría en “nuestro” lugar. Yo vivía con mi familia, él con la suya, por lo que nuestro “romance” se desarrolló por las calles de Buenos Aires. Mucho café, mucha caminata, mucha charla. Eran otros tiempos así que nuestras muestras de afecto en público se reducían a rozar nuestros dedos o jugar con nuestros pies bajo algún largo mantel. De vez en cuando, un lugar más oscuro nos permitía “robar” un beso.
 
Apenas un par de meses después de habernos conocido, Julio me propone que nos vayamos en Semana Santa a Chascomús. El día de nuestra partida nos citamos, por supuesto, en La Ópera. Allí me dice que como nosotros no podíamos casarnos… ¿Se acuerdan de los tiempos en los que no teníamos los mismos derechos con los mismos nombres? En fin, decía, como nosotros no podíamos casarnos “en serio”, no me podía dar un anillo, pero igual quería darme algo que simbolizara nuestra unión. Y me regaló una pulsera. Igual a la de él, claro.
 
Y en ese momento me di cuenta de mi error. O de mis errores, mejor dicho. Uno: él estaba mucho más metido en esta relación que yo. Dos: yo sí estaba enamorado… de la idea de tener un novio.
 
Y como uno era más joven y más pavo, agrego un error más: me callé la boca y nos fuimos igual a Chascomús. No puedo decir que la haya pasado mal – para nada! Pero igual siempre tenía el agridulce sabor de saber que estaba disfrutando un lindo paseo y haciéndole creer a alguien que todo estaba bien… cuando en realidad, para mí ya no había nada. Cuando, en realidad, para mí no había habido sino sólo un espejismo.
 
O tal vez tan sólo el miedo no dejó que apareciera…
 
A la vuelta, y justo el día que iniciaba terapia, Julio y yo nos dijimos adiós. Nos habíamos citado en un bar cerca de mi psicólogo. Yo estaba envalentonado por mi primera sesión y eso me permitió poner las cartas en la mesa. Te herí, Julio, lo sé muy bien. Era yo muy joven, muy inmaduro, pero eso no quita el sabor amargo del momento ni aún hoy, tantos años más tarde. Pero, eso sí, aprendí una lección muy importante: no se juega con las personas…
 
Si bien después –entre Julio Cesar y el que nombraré luego- hubo alguien quien fue el primer hombre que me quitó el sueño mientras me hacía soñar con una pareja que sentía tangible de una forma inédita para mí, el sueño duró poco y nunca pasó nada con él.
 
Un par de años más tarde, a mediados del ’87, una noche a pocas cuadras de casa me crucé con otra persona: Lucas. Me miró, lo miré, me miró, lo miré, me miró, lo miré. “Hola.” “Hola.” “¿Caminamos?”.
 
Y caminamos desde avenida Santa Fe y Bonpland hasta Cabildo y Lacroze. Y de ahí, taxi a Almagro, a su depto.
 
Y nunca hasta esa noche la había pasado tan bien con alguien.
 
Empezamos a salir: confiterías, cine, caminatas. Una noche la luna nos guiñó un ojo mientras se disfrazaba de aguacero y cuando llegamos a su casa, empapados, comenzó una de las mejores noches de mi vida y el momento en que me di cuenta que con Lucas había algo más que “buena onda, buena cama”.
 
El momento en el que me di cuenta que todos los anteriores no habían sido sino una preparación y que, de alguna manera, Lucas era mi verdadero primero.